Hace pocas fechas surgió la polémica del velo. Un Instituto cuyas normas no permiten gorras, pañuelos ni cualquier otro tipo de cobertura en la cabeza y una alumna musulmana que, al llegar a la adolescencia, decidió asistir a clase tapada con el yihab.
Meses atrás, en Ciudad Real, una mujer marroquí fue agredida por unos compatriotas cuando, con la cabeza descubierta, acompañaba a su hija al colegio. Los golpes le provocaron el aborto de la criatura que esperaba.
No todas las mujeres, en Marruecos, llevan el pañuelo. Presentadoras y locutoras de televisión, todas lucen su cabellera y llevan atuendos modernos, igual que las empleadas de los supermercados Marjane, propiedad del Rey Mohamed y otras muchas que van por la calle con la cabeza descubierta y sin chilaba, vestidas a la moda. Tapar la cabeza no es sólo cuestión religiosa. Unas lo hacen por miedo a los “barbudos fundamentalistas”, otras por exigencia de abuelos, padres, hermanos, novios o maridos. Sumisión y dependencia ante el varón es lo que prevalece a la hora de colocarse el velo que, eso sí, lo hacen con una gran maestría, conjuntado y combinado en colores con la ropa que visten.
Las bebidas alcohólicas, prohibidas por el Islam, pueden adquirirse en los supermercados del Rey. La sección destinada a su venta se cierra durante la celebración del Ramadán. El cierre es sólo en el interior. Se accede a esa dependencia por una puerta directa desde el exterior. Los hoteles de lujo sirven licores, y también pueden comprarse en establecimientos especiales que hay en localidades con varios miles de habitantes.
En la playa de Rincón, pueblo fundado por los españoles en 1912, pueden contemplarse, antes de que pasen los servicios de limpieza, restos de botellón, envases vacios de cervezas, tequila o ginebra, entre otros. En los restaurantes donde no sirven alcohol, los comensales suelen llevarlo en una botella de coca-cola. Piden esta bebida y dan el cambiazo. También cuentan que, algunas teteras, contienen whisky en lugar del té.
Muchos musulmanes lucen en su frente un hermoso hematoma. Es signo de piedad, en función de los cabezazos que dan en el suelo, al inclinarse para los rezos cotidianos. Las malas lenguas cuentan que, algunos, se lo pintan.