Rincón es un pueblo, situado a orillas del Mediterráneo, en la costa Norte de Marruecos, más o menos a la mitad del trayecto entre Ceuta y Tetuán. Apacible, acogedor, con un amplio paseo marítimo, zonas ajardinadas y una larga playa, que comienza en Cabo Negro y se puede disfrutar hasta un lugar en que, una valla vigilada por militares armados, señala la zona reservada al palacio del Rey.
A finales de noviembre celebraron los musulmanes la fiesta del Cordero, quizá la más importante de su calendario. Es, cuando los que tienen posibles, peregrinan a La Meca.
Las fechas anteriores son de actividad continua. Pintar la casa, adornarla, preparar los dulces, comprar el cordero que, en esa época, aumenta de precio considerablemente. El animal suele convivir con la familia los días previos al sacrificio. Lo lavan, pintan y le hacen fotos, especialmente con los niños.
El sacrificio del cordero se celebra para conmemorar cuando Dios ordenó a Abraham matar a su único hijo Isaac. Estaba ya el muchacho atado y sobre la leña que había llevado sobre sus espaldas. Su padre con la mano levantada empuñando el cuchillo y fue entonces que el Señor dio contraorden y Abraham sacrificó un borrego que apareció enredado en unas zarzas.
Al amanecer, los fieles de Rincón se dirigen al paseo marítimo. Allí, postrados en oración, mirando hacia La Meca, el Sol comienza a salir sobre Cabo Negro. Cada vez que finalizan un rezo, se elevan todos al mismo tiempo y da la sensación de que van empujando al Sol, hasta que se muestra en todo su esplendor. Los hombres, el pelo recién cortado, vestidos con impolutas chilabas blancas. Acuden, al rezo, algunas mujeres, separadas de los hombres por una especie de biombos. En las mezquitas ellas se sitúan en una plataforma con celosía. Nunca pueden postrarse a rezar delante de los hombres. Podrían incitarlos a pensamientos de deseo carnal y perturbar su oración.
El cordero, para su sacrificio, ha de estar tumbado sobre el lado izquierdo, en dirección a La Meca y debe ser matado por varón circuncidado.
Las fechas anteriores son de actividad continua. Pintar la casa, adornarla, preparar los dulces, comprar el cordero que, en esa época, aumenta de precio considerablemente. El animal suele convivir con la familia los días previos al sacrificio. Lo lavan, pintan y le hacen fotos, especialmente con los niños.
El sacrificio del cordero se celebra para conmemorar cuando Dios ordenó a Abraham matar a su único hijo Isaac. Estaba ya el muchacho atado y sobre la leña que había llevado sobre sus espaldas. Su padre con la mano levantada empuñando el cuchillo y fue entonces que el Señor dio contraorden y Abraham sacrificó un borrego que apareció enredado en unas zarzas.
Al amanecer, los fieles de Rincón se dirigen al paseo marítimo. Allí, postrados en oración, mirando hacia La Meca, el Sol comienza a salir sobre Cabo Negro. Cada vez que finalizan un rezo, se elevan todos al mismo tiempo y da la sensación de que van empujando al Sol, hasta que se muestra en todo su esplendor. Los hombres, el pelo recién cortado, vestidos con impolutas chilabas blancas. Acuden, al rezo, algunas mujeres, separadas de los hombres por una especie de biombos. En las mezquitas ellas se sitúan en una plataforma con celosía. Nunca pueden postrarse a rezar delante de los hombres. Podrían incitarlos a pensamientos de deseo carnal y perturbar su oración.
El cordero, para su sacrificio, ha de estar tumbado sobre el lado izquierdo, en dirección a La Meca y debe ser matado por varón circuncidado.
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