jueves, 25 de septiembre de 2008

Etiopía

ETIOPIA



Aventuras de cuatro asturianos en las tierras del Preste Juan





Belarmino García Villar

Ludivina Gancedo

Juan Patallo

Teresa Tuñón


Un paso atrás, ni para tomar impulso.




L E Y E N D A D E L P R E S T E J U A N


El único reino del oriente de Africa donde se practicaba, desde el siglo IV, la religión cristiana era Etiopía que, en esos tiempos, se denominaba Axum. Por toda Europa se extendió la leyenda acerca de la existencia de un rey cristiano al que dieron en llamar Preste Juan de las Indias. Al comenzar los Descubrimientos fueron los portugueses, concretamente Pero da Covilha, quién tuvo la fortuna de encontrar esas tierras. El “negus” no dejó regresar a Pero a Portugal. Se casó con una etíope y fundó una gran familia. Sus paisanos, los que arribaron posteriormente a Etiopía en tiempos del rey Manuel, lo encontraron perfectamente adaptado.

Los etíopes acogieron favorablemente a los portugueses que llegaban, viendo en ellos unos posibles aliados en las luchas que llevaban a cabo, tanto con países limítrofes como más alejados, todos, por supuesto, con ánimo invasor.

El padre Francisco Alvares, que formaba parte de una embajada portuguesa, escribió un libro que dio a conocer en toda Europa la realidad del mítico reino: “Verdadeira Informaçao das terras do Preste Joao das Indias” que se publicó por primera vez en 1540. Fue traducido al inglés, alemán. español. francés e italiano, con gran éxito editorial



P E D R O P A E Z J A R A M I L L O


Nacido en un pequeño pueblo de Madrid, Olmeda de las Fuentes, en 1564, estudió en la Universidad de Coimbra cuando las coronas portuguesa y española estaban unidas bajo el reinado de Felipe II. Ingresó en la Compañía de Jesús con dieciocho años. Misionero por Oriente y Africa, salió de España en 1588 y jamás regresó.

De Goa (La India), viajó rumbo a Etiopía. Fue vendido, como esclavo, a los turcos, después de haber sido capturado por los árabes. Cruzó a pie el desierto de Hadramant, al sur del actual Yemen, durante su cautiverio. Fue el primer europeo en pisar este lugar, junto con el padre Antonio de Montserrat, cautivo con él. Los turcos los tuvieron, sujetos al cuello con cadenas muy gruesas y en lugares debajo de la tierra, muy oscuros y calientes.

Al cabo de siete años de penurias fueron rescatados y trasladados, muy enfermos, de vuelta a Goa. Allí murió Montserrat.

Páez volvió a Etiopía y en ese país desplegó todo su saber e inteligencia. Políglota, arquitecto y hombre adelantado a su tiempo, con grandes dotes diplomáticas y para desarrollar tareas pastorales, convirtió a la fe católica a varios emperadores, entre ellos a Za Dengel y Susinios. Una sombra, nada edificante en su proceder, empañó su espléndida trayectoria en las tierras del Preste Juan; calló y miró para otro lado cuando alguno de estos mandatarios mataba a todo el que
no aceptara profesar la fe predicada por el jesuita.


En uno de los viajes que Pedro Páez realizó con el emperador Segued III, en 1618, llegó hasta las fuentes del Nilo Azul, enigma geográfico que había perdurado durante cientos de años y hoy, considerado por los etíopes, lugar sagrado. Durante siglos fue el reto más importante de exploradores, de grandes imperios, como río legendario en cuyas riberas creció la civilización faraónica. No fue, con todo, simple curiosidad por saber el origen del río más largo del mundo. Quién tuviera el control de las fuentes ejercería un dominio sobre las regiones recorridas por sus aguas.

Muchos geógrafos posteriores intentaron trazar el recorrido del río Nilo, con doble nacimiento en dos fuentes distintas y lejanas una de la otra, unidas en un cauce único en Jartún. La tarea fracasó, en todos los intentos llevados a cabo, al encontrarse con las dificultades naturales de un río plagado de cataratas, cañones y barrancos, imposibles de franquear en la época. Hace no muchos años que pudo recorrerse en su totalidad.

Alan Moorehead escribió: “ni siquiera la cara oculta de la luna ha ejercido tanta fascinación como el misterio de las fuentes del Nilo. Durante dos mil años fue el secreto geográfico más grande desde el descubrimiento de América“.

Pese a haber sido el primer europeo en llegar al lugar donde nace el Nilo Azul, Pedro Páez no dio ninguna importancia al descubrimiento. Dejó escrito: “Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver el rey Ciro, el gran Alejandro y Julio César”.

Páez fue también el primer español y europeo en probar el café y escribir acerca de él.

James Bruce se proclamó descubridor de las fuentes del Nilo Azul, eso si, ciento cincuenta y dos años más tarde que lo hiciera el jesuita español, tan olvidado por la Historia y los historiadores, que es un desconocido. No se ha levantado un monumento en su memoria, ni ha sido objeto de estudio, ni se le ha dado el reconocimiento que su obra tiene más que merecida.

Pedro Páez fue un personaje de excepcionales cualidades; arquitecto, albañil, carpintero y herrero levantó, a petición del emperador etíope, un palacio en piedra, de dos plantas, a orillas del lago Tana y tuvo tiempo, antes de morir, de escribir la “Historia de Etiopía”, un manuscrito en portugués de enorme valor científico e histórico que no se encontró hasta trescientos años más tarde, no se tradujo nunca al castellano y no fue publicado, en una única edición, hasta 1945.


PREPARATIVOS

La idea de viajar a Etiopía, el país más pobre entre los pobres, conocer sus gentes, sus tierras, sus monumentos, sus tres mil años de historia, cultura y tradiciones surgió de Mino. Lector incansable e insaciable, había caído en sus manos, tiempo atrás, un libro en que se relataban las andanzas de Pedro Páez, jesuita español, por las tierras llamadas del Preste Juan. El interés fue inmediato. Buscó todo tipo de información, acerca de ese tema, en diversos medios. Bien documentado, su entusiasmo fue en aumento. Le ilusionaba realizar una película que acercase a esa excepción histórica y actual que es Etiopía, cultura tan lejana y desconocida, como a la vez cercana y con raíces comunes del pasado y del legado judeo-cristiano y donde se reflejase la interesante historia que permanece en sus costumbres, mercados, en las piedras de sus castillos, sus templos y construcciones. Contar ese fascinante y diverso mundo, su realidad, sus mitos, con imágenes que plasmen la mirada de viajeros enamorados y respetuosos del suelo que pisan y de las gentes que lo habitan, lejos del exotismo y de la percepción del turista. Supo transmitir su entusiasmo a Ludi, a Juan y a Teresa. Y así comenzaron los preparativos para la aventura.

En la primera reunión, Mino fue leyendo y comentando toda la información recopilada, al tiempo que exponía las líneas básicas a tener en cuenta. El viaje, de un mes de duración, se haría en octubre, finalizada la estación de las lluvias en el país.

Pocos días antes de la partida, juntos de nuevo, van concretando todo lo relativo al viaje Sobre un enorme mapa de Etiopía, sujeto con chinchetas en una viga del techo, Mino va trazando rutas, unas – dice – es mejor hacerlas en autobús, por el paisaje y zonas de interés que se contemplan en el trayecto, las menos curiosas en avión; días de estancia en cada lugar, vestimenta, vacunas, dinero, sábana-saco e, imprescindible, botella de whisky por cabeza. Nadie podía imaginar, en esos momentos, que un socavón en la carretera trastocaría todos los planes.



E L V I A J E



A las ocho en punto en la puerta de tu casa – dijo Mino.
Ni a las ocho ni a las nueve. Pasaba media hora de las nueve cuando salimos. El retraso se debió a problemas de última hora con la tarjeta de débito al gestionar el alquiler del coche para ir hasta Barajas. Juan hubo de volver a casa en busca de la adecuada tarjeta de crédito, que es la que aceptan.

Ludi está con fiebre. Tiene malestar general y escalofríos. El médico no encuentra la causa. Debe ser efecto de las vacunas. En el trayecto paran dos veces para tomar algo, estirar las piernas y Ludi pueda tomar el medicamento que le recetaron.

Ya es viernes, uno de octubre cuando, de madrugada, llegan a Barajas. El coche ha de entregarse con el depósito lleno. La exigencia de pagar con tarjeta de crédito es para que, en la agencia, quede constancia de todos los datos, como garantía y para poder resarcirse en el caso de que el vehículo, al entregarlo, tenga algún desperfecto o avería.

Ludi se encuentra mejor. Sentados en la cafetería del aeropuerto de Frankfurt las tres horas de espera se pasan con rapidez entre cafés, cervezas, charlas contando anécdotas de viajes y sucedidos. En la mesa contigua hay unos españoles, gallegos por el acento, a los que piden sacarles una foto y, amablemente, uno del grupo se ofrece para hacerla. Rumbo a Addis Abeba los ven en el avión y luego en el aeropuerto. Viajan también dos catalanes, sin nada organizado ni reservado, con la idea de pasar un mes haciendo treking.

Mino y Juan se conocían desde chavales, estudiando bachillerato. Más tarde, coincidieron como militantes en el MC. Ludi y Mino, viajeros incansables ambos y aficionados a la montaña se conocieron en unos cursillos de Comisiones Obreras. Mino y Teresa formaron parte de las Brigadas Internacionales contra la invasión de Iraq. Una vez allí decidieron quedarse hasta que las tropas americanas tomaron Bagdad. A todos les unía un sentimiento profundo de lucha contra la injusticia, no sólo político, también existencial. Ahora, los cuatro, se disponían a recorrer Etiopía, las llamadas tierras del Preste Juan.



ADDIS ABEBA

Al llegar, larga espera para solicitar los visados. Afortunadamente el vuelo llegó estando aún el despacho abierto. De noche cierran y los pasajeros han de regresar al aeropuerto al día siguiente para cumplimentar el visado que, por cierto, las tasas han de ser pagadas en dólares USA, no admitiendo euros. Cinco empleados en el despacho, sin vestigio alguno de modernidad tecnológica. Bolígrafos, papel de calco para las copias es de lo que disponen y una lentitud desesperante en la cumplimentación de los documentos, es lo que hay.

Negociación con el taxista, primero por el precio de la carrera y luego por el hotel que, por supuesto, insiste en llevarlos al hotel que él propone y donde le darán comisión. Le Buffet de la Gare, alojamiento del que tenían referencia, disponía sólo de dos habitaciones individuales. Otros dos que intentaron, estaban completos. Finalmente, en el Debre-domo hay libres dos habitaciones dobles. Una, situada en la planta baja, que denominan la suite, enmoquetada, con dos camas, baño completo, TV, teléfono, dos sillones y una mesita. Otra, con ducha, retrete y lavabo, - estos tres servicios en menos de un metro cuadrado -, cama doble, TV y teléfono, situada en el primer piso. Mino y Juan deciden quedarse en ésta y dejar la mejor para las mujeres. Ante esta distribución, el conserje se opone. Dice que de ninguna manera pueden compartir lecho personas del mismo sexo. Primero es la risa, luego el asombro y la incredulidad. Mino razona y trata de convencerlo explicando que sólo hay una pareja, los demás son amigos y la correcta solución es la propuesta por ellos. A regañadientes, accede.

Al día siguiente, sábado, después de desayunar en el restaurante del hotel, pasean un rato por la ciudad para tomar contacto y contemplar la vida: edificios en construcción con un intrincado andamiaje a base de palos entrelazados, realizando el trabajo en cadena humana, sin atisbo de maquinaria o artilugios que faciliten la dura labor; al lado del edificio, dos obreros aserrando un minúsculo tubo de metal, agachados en el suelo mientras otro los contempla. La gente que deambula por la calle y la mucha que está parada en las aceras, no se sabe por que motivo, los mira con curiosidad. Cambian dinero en un banco. Diez birrs por cada euro. Algo menos por dólar USA.

En una iglesia hay gran afluencia de fieles. La mayoría ora con la cabeza apoyada en el muro exterior del recinto y otros con la frente tocando en la pared del templo. Los niños y los ancianos son los que rezan en el interior. Etiopía es un país oficialmente cristiano. Un cincuenta y dos por ciento practica el rito cristiano copto. Hay un treinta por ciento de musulmanes. Luego de dar unas vueltas por el recinto, filmar y tomar unas fotos, van en un taxi hasta la Embajada española, que encuentran cerrada. Sólo está abierta de lunes a viernes durante unas horas determinadas. De allí se llegan a la oficina de Turismo que también está cerrada los fines de semana. Aunque les queda todo un mes por delante, los lugares a visitar son varios y no es cuestión de perder dos días en Addis para recabar información en la Embajada y en la oficina de Turismo, así que deciden acercarse a la estación de autobuses a sacar los billetes para, el domingo, emprender la ruta que los lleve a Bahir Dar.

Según el calendario vigente en Etiopía, están en el año mil novecientos ochenta y siete. Su cuenta va acorde con la creencia de que Jesucristo nació ocho años antes del comienzo de nuestra Era. El año lo dividen en trece meses, doce de treinta días y uno de cinco o seis, según que el año sea o no sea bisiesto. Respecto a la hora, en cuanto llegan las seis de la tarde, para los etíopes es el día siguiente y empiezan a contar como si fuesen las doce de la noche.

En el despacho de la estación de autobuses, al expedir los billetes, insisten varias veces en la hora de salida del autobús, las once de la mañana, recalcando que la hora farangi, así llaman a los blancos, son las cinco de la madrugada. Tampoco sabían los cuatro aventureros que lo de la hora de salida es una pura entelequia. Los autobuses no salen hasta que están completamente llenos.

El mercado, merkato como lo denominan los etíopes desde la época en que el país fue invadido por los italianos, ocupa una enorme extensión en un laberinto de angostas callejuelas donde se puede ver y adquirir lo inimaginable y que jamás estará en el centro comercial más grande y moderno de Europa. Juncos, cestos, fardos llenos de especias, inciensos, cuencos de latón y barro, telas, ropa, hombres cosiendo a máquina, raíces para quemar, cuyo humo ahuyenta a los mosquitos, palmitos, verduras, frutas y un tropel de hombres, mujeres y niños ataviados con ropajes multicolores. También gentes desnudas, tapadas con unos centímetros de harapo, tumbadas en el suelo, algunas durmiendo al calor del sol. Los italianos iniciaron la construcción y ubicación del merkato que, poco a poco fue creciendo hasta llegar a la gran extensión y diversidad de productos que tiene en la actualidad.


Contemplando un escaparate con vestidos típicos, se les presenta un guía espontáneo que los acompaña durante todo el recorrido por el merkato, eso sí, haciendo propaganda y deteniéndose en los puestos en que, supuestamente, le darán comisión si consigue una transacción. Todo cuanto se intente mercar requiere el oportuno regateo que, aunque el resultado final sea un tercio o menos del precio inicial, siempre se tiene la sensación de ser engañado.

Se paran ante un puesto de chat, un arbusto que, al mascar sus hojas tiernas produce un efecto relajante sumamente suave si bien para experimentarlo hay que trasegar cantidades ingentes de brotes. De momento, la gente se arremolina alrededor del puesto, incluso un policía se acerca para averiguar a que se debe el tumulto. Les parece curioso y extraño que una vieja farangi compre la hierba y empiece a mascarla. La expectación continúa dentro del bar. Allí toman unas cervezas y unas tapas mientras degustan las hojas de chat que tienen sabor pelín amargo.

Cenan el plato nacional en el restaurante del hotel. El doro-wat consiste en trozos de carne de pollo, acompañado de un huevo duro y servido con una salsa fuerte y picante hecha con mantequilla, cebolla, chile, cardamomo y berebere. Lo completa una injera enorme, especie de torta blanda y esponjosa hecha con tef fermentado, un cereal cultivado en el país. Juan no se aventura a experimentar nuevos sabores así que toma unos espaguetis carbonara. Todo ello acompañado por cerveza nacional que, por cierto, les parece muy buena. Las injeras son enormes, con apariencia de tejido esponjoso, lo que fácilmente puede hacerlas confundir con un mantel o una servilleta grande.

Addis Abeba es una ciudad urbanisticamente anárquica, con calles largas en las que hay algunos edificios de pisos, y tal cual chalet con jardín, alternando con multitud de chabolas hechas con palos, hierros y latas que sirven a la vez de locales de negocio y vivienda. La circulación de vehículos, personas y burros es totalmente caótica. La altitud de dos mil cuatrocientos cincuenta metros sobre el nivel del mar hace que mantenga una temperatura media de diecisiete grados.

El domingo se levantan a las cuatro de la madrugada. Las mochilas las habían dejado dispuestas la noche anterior. Después de una ducha rápida salen al jardín. Un placer sentir el frescor de la mañana y respirar el perfume de dondiegos y jazmines; levantar la vista y contemplar las estrellas que brillan como diamantes engarzados en la azul inmensidad del cielo. Llega, nítido, el sonido del monótono canto del muecín, llamando a la primera oración del día.

Un taxi del hotel los lleva hasta la estación de autobuses. Alrededor del recinto, cercado con muros y cerrado por verjas, pululan una multitud de personas tapadas hasta los ojos con envolturas blancas que, en la oscuridad, recuerdan una fantasmagórica “santa compaña”. Portan numerosos bultos de variado tamaño y forma, sujetos con inverosímiles ataduras. Al cabo de un tiempo de espera las verjas se abren y, como en una estampida de ganado o el comienzo de rebajas en unos grandes almacenes, entre apretones y empujones, van buscando, en la total oscuridad, el autobús que ha de llevarlos a su destino.

Después de preguntar varias veces y de deambular por entre los numerosos vehículos, situados sin orden ni concierto, encuentran el de Bahir Dar. Toman asiento en la última fila para ir los cuatro juntos, con las respectivas mochilas y bolsas con agua, fruta y algo de comida. No acceden a la insistente insistencia del empleado que quiere colocar el equipaje en la baca del autobús. Los asientos son estrechos y corta la distancia que separa cada hilera, de dos plazas a la derecha y tres a la izquierda, separadas por un angosto pasillo, a lo largo del cuál hay unas cuantas barras de hierro que van desde el suelo hasta el techo. Están también varios traspontines que va desplegando el empleado, ayudante, mas bien chico para todo que va acomodando viajeros y bultos hasta que el interior queda como sardinas en lata.

El autobús está lleno, o eso parece. El empleado va encontrando lugar y acomodando a cuantos van llegando. Insiste varias veces en que la última fila es de seis asientos y están ocupados solo cuatro. Mino propone sacar dos billetes más, y así disponer de un poco, solo un poco de amplitud y poder acomodar, sin agobios, mochilas y bolsas.

La injera de la cena se remueve en la tripa de Mino. Baja del autobús en busca de un retrete para aliviar los retortijones. Le indican el camino y llega, sorteando vehículos, neumáticos, bultos y personas, al infierno. El hedor, que empezó a percibir unos metros antes de llegar a las letrinas, le hizo imaginar lo que se iba a encontrar. Mucho peor. La puntería de los etíopes no es precisamente buena a la hora de encontrar el agujero. El haz de luz de la linterna descubrió una especie de lodazal de cagadas de variada forma y consistencia, sin mencionar el olor nauseabundo, casi narcotizante. Encontrar un mínimo espacio para colocar los pies, sin riesgo, resultó una tarea harto imposible. Antes de entrar en cualquier retrete oriental es imprescindible remangarse, con varias vueltas, los pantalones.

Empezaban ya a preocuparse por la tardanza de Mino cuando llega medio mareado por la experiencia vivida.

La injera comienza a hacer ruidos en la tripa de Ludi. Bajan ella y Teresa que, después del relato de Mino, ni se les ocurre preguntar por un retrete. Detrás de un autobús, al lado de un muro y con escasos testigos, cosa que no importa dado que aún es noche, aflojan los muelles y allí se quedan los restos de injera y cerveza tapados con unas piedras. Fue difícil volver a encontrar el autobús en la oscuridad, entre tanto lío y la montonera de vehículos anárquicamente situados. El sentido de orientación de Ludi consigue que finalmente lo hallen.

La salida del recinto es lenta. Las maniobras, precisas, casi al centímetro, para no rozar carrocerías.

Amanece. Los viajeros se despojan de sus envolturas blancas. Van apareciendo niños, niños que hasta ese momento permanecían ocultos bajo el lío de ropa. En los tres asientos de la penúltima fila va una pareja joven de habla francesa. No consiguieron estar solos como pretendían. Casi con calzador el empleado del autobús colocó a su lado un viajero, e hizo subir las mochilas a la baca.

Llevaban unas tres horas de viaje cuando pararon en una estación de servicio. No es necesario preguntar por las letrinas. El fuerte hedor indica su ubicación. Teresa se remanga los pantalones mientras una amable joven etíope vierte agua de una botella para que pueda poner los pies en un lugar relativamente libre de suciedad. Ludi y la chica francesa no pueden tan siquiera entrar, las nauseas se lo impiden. Ludi soluciona el problema entrando en uno de los cochambrosos cubículos, de unos tres metros cuadrados, que hay todo alrededor de la estación , cada uno con un estrecho camastro y una bacinilla que resuelve la urgencia de orinar.

El recinto está lleno de gente, vendedores de múltiples cosas, palmito, injera, frituras varias, cereales tostados. Antes de ponerse en marcha el autobús suben clérigos a pedir limosna, a vender estampitas y un joven ofreciendo gafas de sol que lleva, en escaparate, por su cabeza y colgadas de su ropa. Deambulan por el lugar mendigos, un tropel de gente y muchos niños harapientos y descalzos. En las mochilas llevan prendas con la intención de ir dejándolas, para no lavar ni cargar con ellas al regreso.

Este es un buen lugar para dejar la cazadora- dice Ludi.

La cara del chaval, descalzo y desharrapado, fue de asombro al recibir la prenda. Contemplaron como se la ponía y como se defendía de los colegas que pretendían arrebatársela.

Juan pregunta donde puede comprar tabaco. Al cruzar la calle, en un chiringuito, los venden sólo por unidades. Parece increíble, el vendedor hablando amárico y Juan en castellano se entienden sin problemas y realizan la transacción.

El Nilo Azul, desde el lago Tana, sigue un curso totalmente anárquico, cambiando su dirección en gigantescos meandros. Al llegar al puente que lo cruza, llamado de los italianos al haber sido construido por estos, el conductor hace una parada. Algunos viajeros se posan. Juan aprovecha el momento para hacer unas fotos. Los militares que vigilan el puente se dirigen a él. Está terminantemente prohibido tomar imágenes. Insisten en quitarle la cámara o el carrete. No están muy seguros de que el artilugio sea digital. Momentos de tensión hasta que interviene un empleado del autobús y la situación se soluciona felizmente y las fotos están a salvo

En la parada de Debre- Markos se enteran que van por el camino más largo. No sabían que son dos las compañías que hacen la ruta Addis- Bahir Dar. Hasta ese momento estaban convencidos de seguir la que habían consultado en internet.

Tras quince horas de viaje, parada en un pueblo donde se supone- allí todo se supone- van a pasar la noche. En el momento que el autobús se detiene, un pasajero que viaja con un niño de unos cuatro años, salta del autobús con intención, parece, de encontrar alojamiento para pasar la noche. El viaje dura día y medio. De repente, el vehículo se pone en marcha. El niño empieza a llorar con desesperación angustiosa. Su padre está en tierra y él se ve solo y perdido. Los gritos van en aumento cada vez que el autobús recorre unos centímetros. Las personas que le hablan y acarician no consiguen consolarlo ni tranquilizarlo. La expresión de felicidad de la criatura al ver aparecer a su padre es indescriptible.

Recorren unos cuantos kilómetros y parada, ya definitiva, para pasar la noche. El empleado puntualiza y recalca varias veces la hora farangi, las seis de la mañana. Para los etíopes, las once.

Comienzan, totalmente desorientados, la búsqueda de un lugar para pasar la noche y tomar algo. Imposible preguntar, nadie habla inglés. Hace rato que cayó la noche, así que, seguidos de una pléyade de chiquillos como si fuesen el flautista de Hamelin , se asoman, sin éxito, a dos establecimientos iluminados. Las calles están a oscuras. De repente, a la procesión, se une un chaval con buen aspecto y que, ¡milagro!, habla inglés. Los acompaña al mejor alojamiento, según él, seguidos hasta allí por la nube de criaturas.

Hay un bar-restaurante. Las habitaciones son cubículos alrededor de un patio, con una cama, una silla y un orinal. En un extremo del recinto la ducha y el retrete oriental, sucio y maloliente. Llueve y la noche está fresca.

Se levantan a las cuatro y media. Con la temperatura que hay no se animan a ducharse con agua fría, la única que sale por los grifos. Un lavado rápido. El bar está cerrado. Les cuesta encontrar una salida del establecimiento, todo cerrado y sin un alma a la vista. Ya en la calle, van sorteando los charcos que la lluvia dejó. Todo está oscuro. El exterior de la estación es un lodazal. La chica francesa tropieza en una tabla-, va calzada con chanclas-, y se cae al suelo con toda la impedimenta. Afortunadamente nada le pasa.

La ruta va, en muchos tramos, paralela al Nilo Azul, ese mítico río. Contemplan asimismo desfiladeros, terrenos sembrados de maíz, ganado pastando, pequeños poblados de chozas, hombres caminando descalzos, cubiertos con un harapo y el kalashnikov al hombro, un entierro con el féretro y los sacerdotes cubiertos de vestiduras multicolores. El séquito, de blanco, color del luto en Etiopía.

Hay, en Etiopía, pocos kilómetros de asfalto. La mayoría son pistas infernales, llenas de baches que, en época de lluvias pueden convertirse en socavones capaces de tragarse un coche. Los baches les hacían gracia. Saltaban en el asiento quedando en el vacío unos instantes.

A mí me va a bajar también- dice Juan.

¿Qué es lo que te va a bajar?.

La regla, como a Ludi.

Teresa va en el asiento frente al pasillo, así puede estirar las piernas y colocar los pies encima de la mochila. De repente, al pasar el autobús por un enorme socavón los hace saltar casi hasta el techo. Al caer en el asiento, Teresa siente un tremendo dolor, como si la partieran a la mitad con una sierra candente. Incontenibles gritos de dolor salen de su garganta. Gotas de sudor inundan su rostro.

Stop, stop- vocea Juan al conductor.

¿Puedes mover los pies, sientes las piernas? – pregunta Mino mientras le dobla los pies y las rodillas.


No parece que haya daño en la columna – añade.

Toma una aspirina , dice Ludi.

El autobús se pone en marcha. El dolor no pasa. Se intensifica con el movimiento y los baches. Imposible permanecer sentada. Vuelve a parar el autobús y en volandas – no puede mantenerse en pie -, la llevan, por fuera del autobús – dentro es imposible maniobrar-, a la primera fila de asientos, desocupada por las personas que allí iban. Mino le pasa por debajo una manta robada en la Lufthansa, hace un torniquete, lo presiona y sujeta con sus manos. Allí tumbada, el dolor es menos intenso.

Del uno al diez, ¿qué intensidad tiene el dolor ¿-, pregunta Mino.

El doce, responde.

No puede ser, perderías el conocimiento.

La intensidad del mismo haría que lo recuperase al instante.

Un médico, necesito un médico – clama, en medio de la nada.

Faltan cuarenta kilómetros para Bahir Dar. Y qué largos se les hacen esos kilómetros.



BAHIR DAR



En toda parada de autobuses siempre hay un montón de gente. Mendigos, rateros, curiosos, vendedores, taxistas y algunos esperando que requieran sus servicios como informadores o guías.

Como Teresa no puede mantenerse en pie y necesita ayuda miran, entre los que aguardaban la llegada del autobús y ven un chaval con buen aspecto. Habla inglés. Solicitan su colaboración para bajar el equipaje, pedir un taxi e indicar una clínica donde puedan atender a Teresa.

¿Privada o pública? – pregunta el muchacho.

Privada. La mejor – dice Mino.

La bajan a pulso y, tumbada en los asientos de un microbús llegan a la clínica. El diligente chaval entra y, con un empleado, salen portando unas parihuelas con una lona sujeta con cuerdas. El dolor está centrado en la cadera derecha. Tras una primera exploración le ponen una inyección que no hace demasiado efecto. Hacen una radiografía de la zona dolorida. Ya acomodada en una de las habitaciones que, como es habitual, dan a un patio central, se acerca a la `puerta el radiólogo y dice que nada está roto. Cuando llega el traumatólogo indica hacer otra radiografía. En esta ocasión Teresa va caminando hasta el aposento destinado a este menester. La distancia es corta. Va totalmente encorvada, casi tocando el suelo con las manos, soportando el dolor. Dicen que quizás deba permanecer en la clínica hasta el día siguiente. Ludi la acompaña continuamente. Mira ésta el servicio,- es un decir-, y ve que sólo hay un retrete oriental cubierto con una placa de cemento. Lo hace saber a un empleado y, cambio de habitación, ésta con servicio, sin agua y, por supuesto, sin un mísero lavabo. El aspecto de todo el establecimiento es absolutamente cochambroso, con grietas, desconchados y falta de pintura desde hace muchos años. Juan y Mino llegan después de haber encontrado alojamiento, acompañados del chaval etíope. El disgusto y la preocupación es grande. Al atardecer vuelve el traumatólogo. Explica, sobre unas radiografías, en las que parece imposible percibir algo, que es un machacón. No es necesario pernoctar en la clínica. Le ponen una inyección, receta analgésicos y antiinflamatorios recomendando tres días de reposo y luego progresivos ejercicios. No fue hasta mes y medio más tarde que supo la gravedad de la lesión que había sufrido. Una vértebra aplastada y estallada, con trozos de hueso presionando y estrechando el canal medular.

Después de abonar veintidós euros por todos los servicios, se van al hotel.



Armando


Su nombre es Kenduain Chekol. En amárico significa brazo. Cuando está con los turistas de habla inglesa lo traduce como Armand, por arm, brazo en inglés. Para ellos era Armando. Mino lo bautizó, castellanizando su nombre. Veintiún años. Su padre murió en una de las batallas que derrocaron a Mengistu. Está con su madre que sobrevive malamente con un tenderete donde vende algún refresco y otras minucias, y con una hermana mayor. El es el cabeza de familia. Prácticamente viven con el dinero que él aporta cuando puede conseguirlo trabajando como guía. Estudia inglés y asiste a cursos para una mejor formación. Discreto, activo, servicial sin servilismo y siempre dispuesto a ser útil. Los ojos le hacían chiribitas al recibir los birrs que le entregaron por los servicios prestados. Alquiló una bicicleta y raudo fue a comprar unos zapatos pijos que, totalmente feliz, enseñó a los farangis españoles. Mientras permanecieron en Bahir Dar acudía cada jornada a visitarlos e interesarse por la salud de Teresa. El día de la partida había llegado a despedirse. Pocos minutos antes de la salida del hotel, desapareció como un rayo sin decir palabra. Volvió a los pocos instantes con cuatro recipientes de cuero, con tapa, que usan los etíopes , colgado al cuello, para llevar los alimentos y protegerlos de moscas e insectos. Repartió a cada uno en un gesto entrañable que no olvidarán y que aumentó, si cabe, el aprecio que por él sienten.


Bahir Dar es un vergel situado en las orillas del lago Tana. Su flora es rica y variada en colores y perfumes. Múltiples especies de aves, revoloteando unas, y otras posadas en las ramas de los árboles, alegran la ciudad. Hay muchas bicicletas y varios locales y puestos para su alquiler. Escasos taxis y bastantes microbuses. Las calles llenas de gente, mendigos, tullidos, niños, muchos niños, descalzos, harapientos y mal nutridos. Pese a todo es una ciudad hermosa y llena de colorido.

En uno de los jardines hay dos estatuas. Una es de Belay Zeleke, considerado por los etíopes como un héroe nacional. Nació en 1904 en Gojjan, en una zona llamada Gondra Sarmeder y murió en 1937, según el calendario etíope. Cuentan que, cuando los italianos invaden Etiopía, el emperador Haile Selassie huye a Inglaterra, donde permanece cinco años. Belay fue uno de los más importantes líderes en la guerra contra los italianos. Tras cinco años de lucha, éstos son derrotados. Selassie regresa e invita a su palacio a Zeleque para agradecerle los servicios prestados al país. Sin embargo, poco después, lo condena a muerte por miedo a su popularidad y el peligro que ello suponía para su corona. Belay murió ahorcado. Bajo su estatua está inscrita la siguiente leyenda: Nadie creyó que te habían ahorcado. Pensaron que eran telas colgando en las cuerdas. Al llegar el momento es cuando aparece un hombre. El héroe vive aunque haya muerto. Creíste en Dios y Él te ayudó.



Haile Selassie


Haile Selassie dio un paso hacia la modernidad creando escuelas, institutos y universidades. Fueron estudiantes, instruidos en esos centros los que, junto con los militares, comenzaron la revolución marxista. Motines y huelgas brotaban de continuo, fruto del descontento generalizado. La rebelión iba tomando forma. Varias copias de un reportaje emitido por la BBC en que aparecían, por un lado, los cientos de miles de muertos a consecuencia de la hambruna y, por otro, los dispendios y lujos en palacio, llegaron, no se sabe como, a Etiopía teniendo una gran difusión clandestina, contribuyendo a acelerar el cambio. En septiembre de 1974 el coronel Mengistu ocupa el poder. Mantiene a Selassie, el llamado León de Judá, recluido y prisionero en uno de sus palacios. Casi un año después muere, parece ser, estrangulado por las manos de Mengistu. Hay otras versiones que dicen falleció por causas naturales. Cuentan, aunque está sin contrastar, que Mengistu mandó disolver su cuerpo en ácido sulfúrico y enterrar sus huesos bajo el retrete del despacho de presidencia. Se complacía en orinar y defecar cada día sobre los restos del tirano. Que cada cuál se quede con la relación del suceso que considere más veraz.

Se cuenta, por otra parte, que las hambrunas no fueron responsabilidad directa de Selassie y sí de algunos especuladores que, en épocas de sequía y menguadas cosechas, hacían acopio de grandes cantidades de cereales, con la intención de especular y obtener pingües beneficios, vendiendo el grano a precios que no eran asequibles para gran parte de la población.

Haile Selassie, luego de expulsar a los italianos, puso en marcha reformas educativas, sociales y económicas, tratando de modernizar el país. En 1963 jugó un papel importante al iniciar la Organización de Unidad Africana.

Después de la guerra contra los italianos, fue Estados Unidos quién proveyó el soporte para la consolidación del absolutismo en Etiopía.

En 1952, la revolución egipcia impulsó la intervención y el alineamiento de Estados Unidos en Oriente Medio y zona del mar Rojo, lo que devino en el tratado Etio-USA y definió las relaciones de estos dos países durante las siguientes décadas, fundamentalmente en ayuda militar bajo control americano.

La preponderancia de los americanos en casi todos los aspectos de la vida de los etíopes ocasionó resentimientos, en especial entre los estudiantes que veían toda la situación, dentro del país, como un duro armazón del imperialismo americano.

El prooccidental cambio de la política egipcia hizo que el gobierno USA no considerase ya Etiopía como punto estratégico para Oriente Medio. Así fue que, el régimen de Haile Selassie, empezó a perder su más reciente y fuerte aliado.

Haile Selassie I fue el último descendiente de Salomón y la reina de Saba que gobernó Etiopía. Fue coronado emperador en el año 1930 con el título de León Rampante de Judá. Su nombre, Haile Selassie, significa poder de la Santa Trinidad.

Nacido Ras Tafari Makonen es una figura importante de la cultura rasta. Es considerado el Mesías de una nueva religión, derivada del encuentro entre la Biblia y la cultura tradicional afro-americana de los descendientes de los esclavos, establecidos, la mayoría, en Jamaica. En 1966 Selassie fue recibido en este país por millares de Rastas que lo vieron como la personificación de Dios. Esta religión tiene seguidores por el Reino Unido, todo el Caribe y EE.UU.

Durante medio siglo la vida en Etiopía estuvo dominada por la personalidad de Haile Selassie. No sólo el Estado, también el país, llegó a estar identificado con él. Este hecho lo rodeó con una especial y casi sobrenatural aura. Llegó a ser contemplado como algo permanente y tan inmutable como las montañas y los ríos del país.

La más implacable oposición al régimen la comenzaron los estudiantes. Al grito de “la tierra para el que la trabaja”, se inició la revolución que terminaría con el León de Judá.




Mengistu

Mengistu puso fin al reinado, de más de tres mil años, de los hipotéticos descendientes de Salomón y la reina de Saba,

Mengistu y sus escuadrones de la muerte sembraban de cadáveres las calles de Addis Abeba cada noche. Fue una dictadura feroz que terminó con un levantamiento popular en 1991 y que puso fin a la etapa comunista. A Mengistu le dieron asilo político en Zimbabue.

Los intentos del dictador por alfabetizar a la población y mejorar su situación no tuvieron mucho éxito. La construcción de poblados para acoger a los campesinos, dispersos en chozas, para darles servicios médicos, asistenciales, luz y agua, no fueron bien acogidos. Trasladaba, forzadas, a las gentes que pretendía redimir y procurar una mejor vida. Huido Mengistu, los campesinos volvieron a su vida anterior, a sus cabañas diseminadas por todo el país. Los poblados, creados durante su mandato, permanecen abandonados.



Tewodros II

En los mismos jardines de Bahir Dar y cerca de la estatua de Zeleque está colocada una en recuerdo y homenaje a Tewodros, emperador que murió en Quoma. Reza en su pedestal: En las montañas de Mekdela estaba gritando la gente: No lo sabemos por las mujeres pero sabemos que ha muerto un hombre. Está muerto, no rendido. ¿Qué pensais ahora, extranjeros, de él vosotros que no pudisteis capturarlo, qué le direis a vuestra reina?.

Muchos jóvenes en Etiopía y sobre todo en Bahir Dar imitan la estética que lucía el emperador Tewodros, fundador de Magdala como capital, durante su reinado, construida cerca del lago Tana.

Kasa Haylu, coronado como Tewodros II en 1855, inauguró la moderna historia de Etiopía. Hecho a sí mismo, pasó de ser el bandido Kasa, una especie de Robin Hood, a Tewodros, el emperador que destacó por sus cualidades personales: sentido de la misión a cumplir, habilidad y valor militares y su extraordinaria inteligencia. En una serie de batallas, con decisivas victorias, demostró su gran talento como líder militar y estratega. Consiguió unir el territorio, dividido y dominado por señores de la guerra. Magdala se convirtió en el centro de su modelo de gobierno. Allí pasó sus últimas horas de tristeza. Fue el lugar donde, en 1868, en un dramático acto de desafío que iba a cautivar las mentes de futuras generaciones de etíopes, él se suicidó, justo cuando las tropas británicas se abalanzaban a capturarle.

Al principio tenía un difuso concepto de modernización. Sus reformas carecían de consistencia y método. Reformó primero el ejército y estableció el salario para ellos. De los misioneros europeos buscaba su ciencia, no su religión. En Gafat fundó una escuela donde los jóvenes etíopes aprendían letras y habilidades técnicas.

Tewodros también hizo el primer intento para poner fin a la esclavitud, que había llegado a ser endémica en la sociedad etíope. Tuvo problemas con la Iglesia, por mor de las propiedades de ésta. Las respuestas de los clérigos eran tan medievales como modernas las preguntas del emperador. Después de cuatro años de negociaciones y en vista de la dura oposición clerical expropió lo que consideraba un exceso de propiedades de la iglesia y las distribuyó entre los campesinos.

Los últimos tiempos de su vida, sobre todo después de la muerte de su mujer, pasaba los días continuamente ebrio. Los ingleses, por esta circunstancia, le llamaban The-odre.



La preocupación es grande. Los planes tan bien estructurados ya no pueden llevarse a cabo. Dependen de la evolución de Teresa, si los tres días de reposo prescritos por el traumatólogo son suficientes para que pueda desplazarse con normalidad.

- Tenemos que volver a España - dice Mino.
- Imposible. No puedo mantenerme en pie.

El dolor, centrado en la cadera, es como si la atravesase de lado a lado un cuchillo al rojo vivo. A veces consigue mantenerse en pie durante unos instantes. El corazón emprende entonces una loca carrera de latidos, al soportar el intenso dolor, llegando al borde del infarto. La ducha, si se puede llamar así a un rápido enjabonado de los bajos, las axilas y agua por encima, ha de realizarlo en cuclillas, soportando un intenso dolor. Después, a rastras, se tumba en la cama para poder secarse.




El lago Tana brilla en verde y plata bajo los rayos del sol. Es el mayor de Etiopía, con sesenta y cinco kilómetros de ancho y más de ochenta de largo. Salpicado de islas, como pequeños oasis diseminados en un desierto de agua verde-azul. En veinte de ellas hay monasterios, habitados por monjes coptos.

Contratan un todoterreno para desplazarse hasta las cataratas Tis Isat, "el humo sin fuego", como las llaman los etíopes. Su caudal y el "humo" disminuyeron bastante después de la construcción de una presa hidráulica. Es el precio que ha de pagarse por agua potable, electricidad y regadío que mejoren la vida de, al menos, unos pocos ciudadanos.

Casi dos kilómetros de subida por una senda estrecha hasta llegar al punto en que mejor se contemplan las cataratas. A Juan le cuesta subir. Para Ludi y Mino, montañeros expertos, es un paseo. No sólo la caminata es dura para Juan. El cruce del río, lo hace ayudado por unos guías. La emoción es grande para todos. Sumergir los pies en las aguas del mítico Nilo Azul, contemplar los mismos lugares que descubrió Pedro Paéz, primer occidental en llegar a esos parajes, es algo difícil de describir. Cruzaron el precioso puente que se mantiene firme después de más de tres siglos de haber sido construido, con sólidas piedras, por los portugueses.

La estación de las lluvias recién había terminado. el río lleva un caudal considerable de unas aguas color café con leche.

Mino pregunta a Armando si conoce a alguien que hable español.

- Si, Yalemzwd.

Se pone en contacto con él y llegan los dos al hotel.

Uno de los objetivos del proyecto era contactar con etíopes modernos, que hablaran de su realidad, de sus mitos, de como ven a los occidentales, miembros privilegiados del primer mundo. Encontrar a Yalemzwd Tessma, fue una suerte. Accedió a que se le entrevistase y respondió, sin problemas, a todas las cuestiones. Estudió Económicas en Cuba. Huérfano de guerra. Mengistu lo envió, junto con otros muchos, a estudiar a la isla caribeña. Trabaja de guía turístico, free lance, y no le va mal. Le cuesta conseguir un trabajo contratado por la Administración o particulares al tener sus títulos expedidos en español y no en inglés. Considera a Mengistu como un padre. Le dio a él y a otros muchos la oportunidad de salir de Etiopía. tener unos estudios y conocer otra forma de vida.

El miércoles, después del desayuno, alquilan una barca para visitar alguno de los monasterios enclavados en las islas.

En el monasterio de la isla Kebrane-Gabriel no pueden entrar niños ni mujeres. La cúpula del templo apenas se vislumbra entre la arboleda. Caminan por la umbría, estrecha y cuesta senda. En lo alto se alza el monasterio, el más antiguo del lago Tana. Apenas se ven monjes. Viven y rezan en chozas, construidas en medio de la espesura del bosque circundante.

Los muros del interior del templo están llenos de pinturas con variado e intenso colorido. Vírgenes, cristos, arcángeles, santos, profetas y los omnipresentes en todas las iglesias coptas, san Jorge y su dragón.

Visitan dos islas más, cada una con su monasterio, accesible a mujeres, así Ludi puede disfrutar de su contemplación. Son más pequeños que el Kebrane-Gabriel, con el mismo tipo de decoración. El guía les cuenta que, en una isla de la parte norte del lago, hay un templo con monjas al que está prohibida la entrada a los hombres.

Al regreso se detienen para ver como construyen los tankwas, frágiles barquichuelas hechas con hojas de junco. Parece increíble que puedan navegar por el lago, cargadas hasta los topes, sobrevoladas y acompañadas por pelícanos, cormoranes y otras aves. Se acercan a la Montaña Bezahuit, en la ribera del lago, a ver un palacio de Haile Selaisse, medio en ruinas, con algunos hipopótamos en las cercanías.

Al atardecer, Yalem -, así le llaman, las últimas letras de su nombre son impronunciables -, les propone asistir a la ceremonia del café. En el local, una chica, en cuclillas tuesta, en una especie de sartén y sobre brasas, los granos blanquecinos a los que añade unas cucharadas de azúcar; lo remueve lentamente hasta que el café adquiere un color negruzco. Se va con el recipiente y a poco vuelve con el brebaje preparado, caliente y fuerte. Ella aparece con cambio de indumentaria, típica en esta ocasión, para servir la reconfortante bebida. Yalem aprovecha la ocasión para meterse entre pecho y espalda un doro wat, haciendo una demostración de su habilidad para partir los trozos de injera, atrapar con cada porción un trozo del huevo duro, de la carne, de la salsa y, con suma elegancia, llevarlo a la boca sin que caiga ni una gota y utilizando tan sólo la mano derecha, como es la costumbre.

Cada jornada, al anochecer, hay tormenta, con gran aparato eléctrico y lluvia. El resto del día, espléndido.

Teresa no mejora. En algunos, pocos momentos, puede llegar a dar contados pasos. Ir al baño o permanecer sentada mientras hacen la cama, le supone un suplicio. Tiene que apoyarse y hacer fuerza con las manos y los brazos. Los codos ya los tiene desollados de hacer presión con ellos para moverse en la cama.

Se olvidan de visitar Axum, lugar donde se supone vivía la reina de Saba, fundadora del imperio axumita. Según la leyenda, la reina visitó a Salomón en su feudo de Israel. De esta relación nació un hijo, que reinó con el nombre de Menelik I. Cuentan también que, cuando éste fue a conocer a su padre, llevó el Arca de la Alianza de Jerusalén a Axum, donde estableció una de las dinastías monárquicas más largas e ininterrumpidas conocidas en el mundo. Desde entonces, el Arca de la Alianza se encuentra custodiada en Santa María de Sión, primera iglesia construida en Africa.

Se olvidan del campo de las siete misteriosas estelas, en Axum, alguna de más de treinta metros de altura y quinientas toneladas de peso, cada una tallada en una sola pieza de granito y con idéntica decoración, consideradas una de las maravillas del mundo antiguo.

Se olvidan también del descenso de dos mil metros de desnivel, por pistas, barrancos y desfiladeros que llega a la población de Adi Arkay. Un paisaje parecido al del Cannyon Walley en Arizona.



G O N D A R



Barajan dos posibilidades para visitar Gondar. Una es viajar en autobús, pasar allí la noche y volver al día siguiente. Les preocupa dejar sola a Teresa durante dos días. Yalem les propone negociar el alquiler de un vehículo para ir y volver en la jornada. A las cinco de la madrugada aparece Yalem con el propietario de la furgoneta y el chofer. Llegados a un acuerdo de trayecto, horario y birrs, emprenden la marcha. Al quedar sola, Teresa se siente como desamparada. La sensación duró un momento. el dolor físico se impuso. Pasó un día especialmente duro. Deseaba morir y llegó a pensar, por unos instantes, en el suicidio. Le contuvo el considerar los problemas que acarrearía a sus amigos en Etiopía y a su familia en España. Yalem le habla de un masajista. Afortunadamente estaba tan ocupado que no pudo llegarse al hotel. Las consecuencias del masaje hubieran sido impredecibles. Habla entonces con una médica que sabe español al haber estudiado en Cuba. No realiza consultas a domicilio. Le receta analgésicos que le hacen el mismo efecto que un vaso de agua. Teresa se ve incapaz, tan siquiera, de mantenerse en pie. Ve a Yalem como una solución para quedarse en Bahir Dar y que Ludi, Mino y Juan continúen el viaje proyectado. Estos rechazan la idea tajantemente. Ocurra lo que ocurra permanecerán todos juntos. Dejarla sola les parece una temeridad y así lo manifiestan con firmeza.

Llegan a Gondar, ciudad que Pedro Páez eligió como capital para el emperador Susinios.

En un pequeño cerro está enclavado el recinto real de Kuskuan, cubierto en parte por la vegetación y en total ruina. La emperatriz Mentewab utilizaba el palacio como lugar de descanso y allí reposan sus huesos.

Fasil Ghebbi, son setenta mil metros cuadrados de castillos, túneles y pasillos construidos por los portugueses en el siglo XVII.

Una vez visitados los castillos, hablan con el propietario del vehículo para llegar hasta Górgora, tal como habían acordado en Bahir Dar. Llega el barquero -, trasladarse en este medio es el camino más corto -, habla con el fulano y les pide una exageración de birrs por el viaje, mostrando a continuación una total indiferencia y sin hacerles caso, tal como si hubiesen decidido que, le pagasen lo que le pagasen, no cumplir lo establecido de antemano. No había tiempo ya para realizar el trayecto en coche, así que deciden regresar sin visitar la iglesia de Górgora, iglesia que construyó Pedro Páez y donde, en la capilla principal, fue enterrado el veinticinco de mayo de 1622.


También en Gondar, en el año 1636, fundó la capital el emperador Fasilidas. Su palacio fue construido por un arquitecto indio.


Al regreso, el propietario del todoterreno se muestra especialmente borde. Pretende llevar más viajeros en el coche, cobrándoles, por supuesto. Pide el dinero reiteradamente. Le dan la mitad. Insiste varias veces en quedarse a dormir por el camino. Conduce él sin tener carnet, sustituyendo al chófer. A medio camino, un militar los para, rogando que lleven a un soldado algunos kilómetros para acercarlo a su destino. Va empuñando su kalashnikov.

• Al llegar, se dirigen a Yalem para comunicarle todas las anomalías e incidentes del viaje. Tras una fuerte discusión éste aconseja pagar lo pactado.

G O N D A R
(Mino)

Bajo una fina lluvia el conjunto de los castillos de Gondar ofrecen una visión alejada de nuestra idea de África.

En el otro extremo del lago Tana, frente a Bahir Dar, se encuentra la ciudad de Gondar, llamada la Camelot de África debido a sus
construcciones de los siglos XVI y XVII. Este conjunto de palacios, monasterios, edificios públicos y privados tienen un estilo único y peculiar marcado por influencias árabes, indias y barrocas que transmitieron los jesuitas europeos.

Aquí se hizo realidad la fábula del Preste Juan.

Una expedición lusitana, compuesta de cuatrocientos soldados y capitaneada por Cristovao de Gama, hijo del gran navegante Vasco de Gama, acudió en ayuda de la monarquía etíope, acosada por el caudillo musulmán Grañ, alias el Zurdo. En muy poco tiempo los portugueses derrotaron a los invasores causándoles un tremendo descalabro y sin sufrir apenas bajas. Las crónicas de aquella época describen así los hechos: “Los hijos de Tubal (potugueses), subieron desde el mar, eran hombres intrépidos y llenos de coraje, sedientos de batallas como lobos, hambrientos de matanzas como leones”.

Después de muchos avatares y la captura y muerte de Cristovao, el Zurdo fue abatido por un disparo y los hijos de Tubal se quedaron para siempre en estas tierras, aunque no encontraron los unicornios, los hombres de un solo ojo, las fuentes de la juventud o las hierbas milagrosas que relataban las antiguas leyendas.

Pasadas las generaciones, sus descendientes, ya mestizos, heredaron las técnicas constructivas traídas por sus antepasados y dejaron como recuerdo puentes y castillos, antes de desaparecer absorbidos por la población local. Gondar se quedó congelada en el tiempo, impoluta, tal y como la vieron sus constructores, una fantasía que se nos presenta inesperadamente en un lugar remoto, proveniente del pasado, como Brigadoom tras un somnoliento bostezo de siglos.



La mañana del sábado la dedican a grabar en el lago Tana y dan un paseo por el mercado de Bahir Dar. Acuden a éste las gentes de los alrededores, a vender lo poco que recolectan en sus tierras: cuatro cebollas, siete patatas, un puñado de guindillas y dos verduras. Hace tiempo fue un importante lugar de compraventa. Hoy, desolado y destartalado, es la imagen evidente de la situación del país. Por la tarde visitan un monasterio. Habitan allí, en chozas hechas con juncos y hojas, monjes de todas las edades. Rezan y sobreviven de limosnas. Se sienten afortunados por tener algún alimento que llevarse a la boca, al menos una vez al día.




L A L I B E L A


-¿Puedes mantenerte sentada? - pregunta Mino.

-Sosteniéndome con los brazos, puedo aguantar. Si hay que hacerlo, se hará.

Es domingo. Llevan diez días en Etiopía. Teresa empieza temprano los preparativos para la marcha. Cepillado de dientes, reposo. Ducha, reposo. Secado, reposo. Ludi le da un masaje, en la cadera, con Voltarén. Poco a poco, tumbada en la cama, prepara la mochila. Unos días antes había regalado unas cuantas prendas a una limpiadora, consciente de que le iba a ser imposible cargar con peso alguno. A Yalem le da una bolsa de deporte y unas zapatillas. Por cierto que éste ya le resulta un tanto pesado. Cada cinco minutos pregunta,

- Teresa, ¿cómo te encuentras?. Tienes que ponerte de pie.

- La más interesada en ponerse de pie soy yo, - le contesta, casi enfadada - ,y si no puedo, no `puedo.

Con ayuda de un bastón, que le había mercado Yalem, por encargo suyo, baja las escaleras, sujetándose en el pasamanos. Tumbada en el coche no va del todo mal. Puede soportarlo. En el aeropuerto, al verla, sacan una silla de ruedas. Haciendo presión con la mano sobre el asiento el dolor es menor. Apagan el mecanismo indicador de metales al pasar la silla de ruedas. La introducen en una cabina y le pasan por todo el cuerpo un detector que pita al llegar a una tijera que Teresa lleva colgada al cuello. La muestra a la funcionaria. Viene otra persona, se supone que con una responsabilidad superior. Mira y dice que no tiene importancia. Cosa curiosa dado como está el registro y la vigilancia en todos los aeropuertos. Al lado, a una señora mayor, le hacen quitarse incluso las botas. En silla de ruedas va hasta la escalerilla del avión, un Focker de hélice con cincuenta y un plazas. Ludi lleva el bastón en la mano y ya en la pista, cerca del avión, se llega un empleado y dice que hay que facturar la vara. No puede ir dentro, con los pasajeros. Pone una etiqueta, como la del resto del equipaje y se lo dejan para apoyarse hasta llegar al asiento. En vista del panorama, el comandante decide que el palo viaje con ellos. Al llegar al aeropuerto de Lalibela ya estaba colocada, a pie de escalerilla, una silla de ruedas, con éstas deshinchadas, lo que dificulta el arrastre. Al bajar el último peldaño y tratar de acomodarse en la silla el dolor fue tremendo. Otro momento duro fue al acercarla Ludi a la puerta del retrete y volver a sentarse. Por un momento estuvo al borde del mareo.

En el mismo aeropuerto ya negocian transporte, hotel y guía para visitar las iglesias.

En el hotel que pretendían alojarse sólo hay libre para una noche, así que recalan en el Siete Olivos. Les piden una cantidad exagerada de dinero en relación a lo que ofrecen. Después del consiguiente regateo la cosa quedó en sesenta dólares por dos habitaciones dobles con baño, durante dos noches.

En la habitación de Mino y Juan no sale ni una gota de agua cuando intentan ducharse por la mañana. Van a recepción a comunicarlo para que solucionen el problema. Allí brillan por su ausencia. Juan encuentra a un jardinero regando a todo chorro. Al decirle lo de la falta de agua en la habitación, abandona la manguera y camina ladera arriba, ni se sabe a qué, porque de los grifos sigue sin salir ni gota de líquido.

Llega el guía para trasladarlos a lo que hoy es considerada una de las maravillas del mundo. Las once monolíticas iglesias de Roha, ahora llamado Lalibela, mandadas excavar por el más grande de los reyes de Etiopía que, en el siglo XII, desplazó temporalmente a la dinastía salomónica a ese lugar. Ese rey era Zagwe Lalibela.

Estas magníficas iglesias, están excavadas en el mismo tipo de roca volcánica dentro de la que los cristianos trogloditas de Turquía labraron sus ciudades bajo tierra. Desafiando la imaginación, el rey Lalibela realizó esta proeza para crear un sustituto a Jerusalén y salvar a sus gentes de las dificultades y peligros que suponían el peregrinaje al atravesar territorios hostiles.

Enclavada a dos mil setecientos metros de altura y a setecientos kilómetros de Addis Abeba parece, para quienes la contemplan. algo irreal e impactante, difícil de olvidar.

Estas monolíticas iglesias hechas en una sola roca, de toba color de rosa, están vivas. En ellas se practican los mismos cultos que hace ochocientos años. Es el principal punto de peregrinación para los cristianos ortodoxos de Etiopía que lo consideran una segunda Tierra Santa. Tiene, incluso, el Monte Tabor y el Rio Jordán.

En dos ocasiones Teresa soñó que podía andar sin problemas. Cada mañana al poner, con temor, los pies en el suelo, constata que el sueño aún no se cumple. El restaurante está al lado de la habitación así que, ayudada por el bastón, camina con dolor y cojeando, para desayunar. Al haber diagnosticado un machacón, hace esfuerzos por andar, poder mantenerse sentada o de pie. Tarea muy dura. Se detiene unos instantes en el jardín para contemplar el panorama. El sol brilla en todo su esplendor. Las moscas la acribillan. El hotel está situado en un alto, con un entorno montañoso y agreste. Se ven barrios de casas nuevas entre árboles y verde. Los techos son de zinc. Brillan en plata reflejando los rayos del sol. La parte antigua y primitiva del pueblo está llena de vida, de vida miserable, mucha chiquillería que, en cuanto avistan a un farangi se arremolinan a su lado y lo acompañan, en tropel, dondequiera que se desplace.

En el hotel Dib Anbessa de Bahir Dar, durante siete días, Teresa sólo contempló un rectángulo de ramas de árbol, entre acacia y fresno, algún pájaro que se posaba entre las hojas a limpiarse el plumaje y escuchaba el zureo reiterado y continuo de las palomas, aparte de las salmodias del muecin, ya antes de apuntar el alba. El domingo, después de los versículos del Corán, unas dos horas de cánticos y oraciones cristianas. Ni un atisbo de cielo contemplaba tumbada en el lecho. Sólo lo veía en las contadas ocasiones que podía dar unos pasos por la terraza que circundaba las habitaciones y que nunca pudo recorrer en su totalidad. El esfuerzo y el dolor que le suponía cada paso hicieron imposible lograrlo.

En el hotel de Lalibela también ve un árbol en el recuadro de la puerta, que permanece abierta a lo largo del día. El ramaje no es frondoso y ve trozos de cielo azul a su través. En primer plano y a pie de puerta, dondiegos que perfuman el atardecer. Al lado, geranios rojos. Más allá, buganvillas, hibiscos y otras plantas con flores de vivos y variados colores.

Regresan de la visita mañanera a las iglesias excavadas. Están impresionados con las construcciones talladas en la piedra, las pinturas que las ornan y los ritos y ceremonias que presencian. En las cuevas cercanas al recinto viven anacoretas. El esqueleto en una de las oquedades refleja lo que fue habitáculo y tumba, vida y muerte, oración y silencio.

Van a la oficina de las líneas aéreas etíopes para gestionar el vuelo hasta Addis Abeba. La encuentran cerrada. Al segundo intento, está abierta. De nada sirve. La línea telefónica está averiada y el ordenador no funciona. De todas formas la reserva está hecha y dicen que no hay problema.

Por la tarde visitan las iglesias que no pudieron ver en la mañana. No se puede filmar. Hay muchos turistas. Mino, que maneja la cámara, se ve desbordado. No puede, él solo, atender a la filmación, controlar el trípode, los enfoques necesarios y esquivar los turistas.

Juan propone ir a cenar a Chez Sophie, un restaurante al lado del hotel. Piensa que será bueno estar todos juntos y distendidos. Teresa se pone algo encima de la camisa de dormir y, ayudada por el bastón, avanza lenta y encorvada. Cada paso que da le supone un dolor como si le introdujesen, con un martillo, clavos ardiendo. El trayecto, de pocos metros, se le hace como si escalase el K 2 en la cordillera del Himalaya. Ludi lleva una almohada y, con unos cojines y un taburete que aporta el camarero, se acomoda para cenar. El lugar tiene un encanto especial. Las mesas son cestos tejidos en vivos colores. Sobre ellos, también hechas en rafia, enormes bandejas de colocar injeras. Hay distintos rincones, separados por empalizadas que culminan en un techo cónico hecho de juncos entrelazados. Es la primera cena juntos desde que ocurrió el accidente. Están como de celebración. El camarero les sugiere el plato de la casa. Aparece con una enorme injera y, sobre ella, en el centro, carne con salsa picante y circundándola, requesón, patatas fritas, salsa de tomate y trocitos de pollo. También sirve, fuera de la injera, un plato de espaguetis, tortilla de vegetales y una pizza de tomate y ajos. Todo ello regado con cervezas. Un chaval se acerca a Ludi para preguntarle si puede comer el sobrante. En el interior del local hay música en vivo. Se dirigen hacia allí. Un muchacho toca una especie de laúd totalmente artesanal, mientras canta una melodía monocorde, al igual que el sonido que obtiene, pasando y repasando el arco sobre las cuerdas del instrumento. Hay una chica que baila, moviendo rítmicamente los hombros. Teresa, tumbada en un banco sobre la almohada y los cojines, disfruta del espectáculo. Salen a bailar Ludi, Mino y Juan. La noche se va animando y se marcan unos pasos alguno de los clientes del local. Se canta el Asturias patria querida, La bella Lola, El mio Xuan y los etíopes se arrancan con canciones de su tierra. Llega una niña como de diez años, ataviada con ropajes típicos, que empieza a bailar. La acompaña un adulto, sacando notas de un violín rústico. Es evidente que su intención es conseguir algún dinero de los farangis. Ya es tarde y se van al hotel.




L A L L I B E L A
(Mino)


Todo pueblo tiene una visión que se convierte en una misión.

En algún momento de la historia, todo pueblo se alza, se moviliza con fiebre de soñador para levantar monumentos perdurables con vocación de eternidad y deja una huella imborrable sobre una enormidad de sufrimiento, una producción, una ofrenda a las divinidades, tan maravillosa como insensata.

Lallibela no puede ser más hermosa. Sus iglesias excavadas en la roca son la representación de la Ciudad Santa por excelencia, el Reino de los Cielos se construye en la tierra, es la puerta de entrada a la Gloria Eterna.

Monjes, sacerdotes y diáconos deambulan por sus intrincadas calles, indiferentes a todo, rezando sus oraciones, custodiando los símbolos y la iconografía del Jerusalén eterno.

Cerca del conglomerado, unos niños pastorean los rebaños de ganado, uno de ellos tan párvulo y diminuto, tan minúsculo como un grano de avena.

En San Jorge, un nicho abierto en la pared exterior del templo deja ver los restos parcialmente momificados de un monje, mientras millares de moscas vuelan alrededor de tu cabeza. En ese lugar el cristianismo judaizante resistió, como un muerto centenario, siglos de guerras, imperios y olvido.



A D D I S A B E B A


Desayunan en la cafetería y se preparan para el vuelo a Addis. Silla de ruedas para Teresa. Compran alguna caxigalina en las tiendas del aeropuerto: pulseras, camisetas, collares y un precioso díptico con santos que Mino, excelente regateador, consigue a buen precio. En el avión acomodan a Teresa en un asiento delantero, más amplio, colocando los pies sobre unos cojines que le lleva un auxiliar de vuelo. Al llegar, el taxi los lleva al hotel Debre-damo, que ya conocen. Sólo hay una habitación. El Bufet de la Gare está completo. El taxista les recomienda el Jordano y allí recalan. Caro y cutre. Discusión con el taxista que pretende cobrar una cantidad exagerada, muy distinta de la acordada en el aeropuerto.

Ludi compra un laxante en la farmacia. Teresa lleva diez días, desde el accidente, sin mover el vientre. Seis meses más tarde se enteraría que había corrido el riesgo de sufrir una obstrucción intestinal.

El hotel está a pie de calle, muy distinto de los que, hasta entonces, se habían alojado, todos en un recinto cerrado y ajardinado. Noche ruidosa, en la calle y dentro. La cisterna del retrete, por su propia iniciativa, emite un ruido tremendo. Ludi se levanta y cierra la llave de paso. No se sabe si mosquitos o chinches, la dejan abrasada. Por si fuera poco, las camas son incómodas. Los colchones están forrados con unos plásticos gruesos y rígidos. Mino y Juan entablan conversación, en el bar, con un africano, traductor de Naciones Unidas. Habla varios idiomas, entre ellos el español. Una prostituta los mira con insistencia, sonriente.

Temprano, van los tres a la embajada española. Pilar, la cónsul, les dice que son unos irresponsables. Por ir a ese país, el cuarto más pobre del mundo, por viajar sin seguro, porque Teresa no quiera regresar a España y por no haber avisado a la familia. Comenta que en Addis hay una clínica sueca, una británica y otra holandesa en las que, un día de estancia, supera los seiscientos euros, sin hacer prueba médica alguna, que eso lo cobran, a buen precio, aparte.

Instalados ya en el Debre-domo, - en el Jordano sólo estuvieron una noche, - toman unas cervezas sentados en la terraza-jardín. Ludi, durante un rato, tiene mal de tripa. Varias visitas seguidas al baño y un comprimido solucionan el problema. Teresa, en la cama, sesión de tele, la CNN. No entiende lo que hablan en inglés, si lo escrito que va pasando a pie de imagen. Juan, Mino y Ludi dan un agradable paseo nocturno, libres de los pesados acosadores, ya retirados, que, en cuanto avistan un farangi, se acercan para pedir, ofrecer sus servicios. vender algo o intentar robar. En un bar, con buen ambiente, toman unos gin tonics bien servidos. Por si fuera poco y para complementar el momento, Mino encuentra la música adecuada para incorporar a la filmación y que hacía días estaba buscando, sin éxito.

A Teresa se le ocurre enviar un escrito a la cónsul.

Señora: Reconociendo que soy una irresponsable por viajar a un país como Etiopía, pobre entre los pobres, sin ningún tipo de seguro. Reconociendo que debería haber regresado a España una vez sufrido el accidente. Reconociendo asimismo la irresponsabilidad de no haber puesto en conocimiento de mi familia la situación en que me encuentro, hago la siguiente reflexión: Entre las obligaciones del personal de esa Embajada, supongo esté la de asistir, en los acondicionados salones del hotel Hilton de Addis Abeba, a la presentación del libro de la señora Cebrián y su marido, seguido de lunch.

Supongo también que, entre las obligaciones de sus cargos, pagados con nuestros impuestos, no esté el interesarse, tan siquiera con una llamada telefónica que, por otra parte, no repercutiría en sus bolsillos, por una anciana ciudadana española que sufrió un accidente en el país que ustedes ejercen su misión.

Mejor suerte y atención recibió, por parte de esa Embajada, el señor Reverte, a quién solucionaron los problemas del visado para entrar en Sudán, aparte de invitarlo a un refrigerio.

Sólo me resta considerar que, pese a todas las irresponsabilidades que usted señala y reconozco, no vendría mal una pizca de humanidad y cortesía.

Atentamente. Teresa Tuñón.

En la visita a la Embajada, la cónsul se muestra dispuesta a conceder una entrevista. Hay que enviarle el cuestionario por fax y concertar día y hora. No disponen de ordenador así que pasan a letra legible las preguntas redactadas por Mino.

Señora Cónsul de España en Addis Abeba:

Tal como usted me indicó, le envío un cuestionario por si tiene a bien concederme una entrevista.

El objetivo de mi trabajo es dar a conocer la realidad etíope y algunos rasgos de su peculiar historia a través de la red de sociedades culturales asturianas. La iniciativa parte de la revista KALEPESIA, de difusión gratuita, sin ánimo de lucro y financiada por la Caja de Ahorros de Asturias y la Sociedad Cultural Gijonesa.

Agradeciendo de antemano su interés, le saluda atentamente. Firmado: Belarmino García Villar.

CUESTIONARIO.-

1.- Si hubiera que definir algún rasgo diferenciador entre la sociedad etíope y los que están en su entorno, ¿cuál señalaría?.

2.- ¿Qué medidas deben adoptarse para iniciar el desarrollo de este país?.

3.- ¿En qué situación se encuentra la mujer en Etiopía?.

4.- ¿Hay conclusiones de la reciente conferencia de Países Africanos?.

5.- ¿España, qué puede ofrecer a Etiopía?.

6.- Háblenos acerca de las adopciones. ¿Son numerosas?.

7.- Pedro Páez ha sido olvidado durante siglos. ¿Merece la pena rescatar su memoria?.

Le propongo como cita para la entrevista el lunes día 18-10, a la hora que usted indique.

Como de la Embajada la respuesta no llega, Mino llama por teléfono. Dicen que no se recibió fax alguno. Lo vuelven a enviar y el silencio es lo que dan por respuesta. No son ni Reverte ni Cebrián.



Visitan el museo, que encuentran muy interesante. Lo que más les impresiona es contemplar el esqueleto de Lucy, el más antiguo homínido conocido. El descubrimiento, de gran interés para los paleontólogos, se produjo en 1974, en Hadar, en el desierto de Afar. Llamada Lucy por los extranjeros al coincidir su hallazgo con la canción de los Beatles que lleva ese título. Los etíopes le dicen Denqenash, que significa, tú eres maravillosa. Esta mujer, antecesora de la raza humana, tiene una edad de tres mil quinientos millones de años. En el Omo Walley, situado al suroeste de Etiopía, se encontraron fósiles humanos de hace uno y dos y medio millones de años.

En la estación de autobuses sacan los billetes para viajar a Harar al día siguiente.

Tenían la intención de comprar algún periódico. En todo lo que recorrieron, no encontraron ni un quiosco, ni una librería, ni un puesto o tenderete en que pudieran adquirir prensa.



H A R A R


A las cinco de la mañana, hora farangi, salen los muchachos, en taxi, dirección a la estación de autobuses, para allí tomar el vehículo que los llevará a Harar. Serán doce horas de viaje. Cualquier distancia, en Etiopía, se hace interminable.

A los pocos instantes de irse, se abre la puerta de la habitación. Algo se les olvidó, piensa Teresa. Era un guardia nocturno, todo embozado que, al verla en la cama, se queda sorprendido. El hotel tiene una segunda planta a la que se accede por una escalera exterior que da a una terraza corrida y ésta a las habitaciones. Hay siempre un portero durante el día y, por la noche, con los portones cerrados, un vigilante armado con un kalahsnikov. En el exterior, otro guarda, también armado.

El desánimo invade a Teresa. Le cuesta un esfuerzo increíble realizar el mínimo movimiento. Los dolores son continuos, incluso acostada. Ahora son parecidos a un escozor, como si por dentro tuviese una zona en carne viva y algo punzante la restregase. Tan siquiera le apetece leer ni escribir. Intenta dibujar y es incapaz de trazar una sola línea. Cuando viaja siempre lleva un block de dibujo y lápices de colores para plasmar en el papel alguna estampa característica del lugar que visita. En Etiopía no consigue practicar esa afición. Escribe tumbada. Dibujar le resulta imposible. Justo con el brazo derecho ha de hacer presión, al estar sentada, para no sentir tanto dolor en la cadera o bien, inclinada ligeramente hacia la izquierda, apoyarse en el antebrazo. De esta guisa no puede, tan siquiera, intentar el mínimo trazo. Pide las comidas por teléfono. Tumbada y con una sola mano se arregla para comer.

El paisaje, camino de Harar, ya sin praderías ni cultivos. Desértico, con tal cual arbusto y árboles de copa plana que se extiende en horizontal. La carretera casi toda asfaltada. Autovía en los primeros kilómetros, a la salida de Addis Abeba y algún que otro tramo, en obras. Llegan a Harar a las cuatro de la tarde. El hotel, más o menos como los que, hasta ahora, se van alojando. Tienen que reclamar toallas y papel higiénico.

La ceremonia de dar comida a las hienas data de bastante tiempo atrás cuando éstas penetraban en la ciudad a buscar alimento, muchas veces humano. Se decidió entonces tirarles los despojos. En la actualidad, ese momento, es para que los turistas lo contemplen y hagan fotos. La situación es curiosa. En la noche, con las estrellas fulgurando en lo alto y los ojos de las hienas brillando, como enormes luciérnagas, a ras de suelo. La vestimenta típica que usaban los abuelos para realizar ese menester pasó al olvido. Ahora, un chaval con ropa occidental, es el encargado de alimentar a los bichos. Juan, desde la ventana del hotel, contempla un espectáculo más real. El regato cercano en el que, hienas y perros, se disputan cualquier cosa comestible por pequeña que sea.

Harar, aunque ha crecido fuera de las murallas, conserva su aspecto armonioso, con construcciones de tradición islámica, una mezcla exótica de diferentes culturas etiopes. Leyenda, misterios y realidades de una antigua, poderosa y religiosa civilización. Fuertes muros, encerrando, como en un abrazo, la ciudad. Más que pobre, paupérrima, está anclada en la Edad Media. Llena de indigentes que ocupan aceras y calles, tumbados unos junto a otros, casi encima. Niños y adolescentes que vagan sin rumbo en busca de algún resto que pueda servirles de alimento.

Sentada en la terraza, mientras Juan y Mino duermen la siesta, Ludi observa a un esquelético muchacho, vestido con sólo una camiseta que apenas llega a taparle los bajos. Deambula rebuscando entre los escombros y basuras. Al fin encuentra algo que se asemeja a la piel de un plátano e, inmediatamente, lo engulle.

Gente con atroces deformidades pulula, sin rumbo, por la ciudad. Mujeres portando garrafas de agua. Puestos de chat recién cortado. Consumidores de esta hierba, mascando las hojas tiernas del final del tallo. En los alrededores de la ciudad hay grandes extensiones de terreno dedicadas al cultivo de esta planta. La ciudad, con noventa y nueve mezquitas, lo que la hace quizás ser la cuarta ciudad más santa del Islam, es un clamor de continuas plegarias que, en la noche y la madrugada, cuando el sonido llega más nítido, despierta, para luego adormecer con las repetitivas salmodias.

Visitan la casa donde nació Haile Selassie y luego, en la que se supone vivió el poeta francés Rimbaud, ahora dedicada a museo.

Por Harar pasa la única línea férrea de Etiopía, que va desde Addis Abeba a Djibuti. Este pequeño país permite la salida al mar de los productos que exportan los etíopes, principalmente café y pieles. Las flores, reciente cultivo, salen por vía aérea, camino de Europa.

El factor altitud determina un escalonamiento en climas y vegetación. Una cuenca septentrional regada por el Nilo Azul y el Atbara y la parte sur drenada por el Shebeli y otros ríos que desembocan en el Indico configuran las zonas principales de cultivos. Predomina la población rural que, dadas las condiciones de temperatura del centro y norte del país, les permiten el cultivo de una amplia variedad de cosechas. De éstas, el más importante es el tef, un pequeño cereal autóctono y peculiar en Etiopía. Con él se elabora, tras una larga manipulación y fermentación, una especie de pan llamado injera que constituye el principal, para muchos único, alimento de una gran parte de la población. Una población de setenta millones de habitantes, la mitad de ellos en pobreza crónica y trece millones muriéndose, realmente, de hambre.

La enseñanza, en Etiopía, no es obligatoria, aunque parece que las cosas están empezando a cambiar. Los analfabetos son el ochenta y cinco por ciento de la población. Los que consiguen un título universitario hacen todo lo posible por salir del país y ejercer su profesión en otros lugares, especialmente en Estados Unidos. Una de las causas de la diáspora es que no encuentran apoyo del gobierno, aparte de estar muy mal pagados. Hay un médico por cada cincuenta mil habitantes. Cobra unos dos mil birrs al mes, al cambio, doscientos euros, no teniendo privilegio alguno en cuanto a vivienda o transporte. Por un doctor cubano el gobierno paga alrededor de mil dólares mensuales. Un profesor gana al mes cuatro mil birrs, cuatrocientos euros. Un profesor de la India, cobra el doble. Con esta política no se sabe cuando, el pueblo etíope, podrá levantar cabeza. En el mundo actual, quince de las cincuenta economías más potentes del mundo corresponden a empresas multinacionales y no a estados. Con este panorama queda claro que, lo que prima, es la obtención de beneficios, muchos y rápidos. Lo que menos cuenta es, tristemente, el ser humano.

El Gobierno cede el control de las infraestructuras básicas a empresas privadas. Con esto, no sólo contribuye al enriquecimiento de unos pocos, si no que, en realidad, se está recortando el poder político de los ciudadanos y fomentando la corrupción.

El regreso de Harar supone más tiempo. En cuatro ocasiones paró la policía el autobús para realizar controles. Hacen bajar a los hombres, cacheándolos y también a algunas mujeres. Se supone que, al ser zona de mayoría musulmana y estar en el Ramadán, tengan miedo a algún atentado. Revisan también los equipajes, incluso los que están en la baca del autobús. Los vehículos siempre van llenos. No consienten, los viajeros, que se abran las ventanillas. Ni una rendija. En cuanto sienten la mínima brisa, se embozan y tapan totalmente con los ropajes que llevan habitualmente. La mayoría va mascando chat continuamente. En la carretera se encuentran con dos familias de monos, cada una de una especie distinta. Al llegar a Addis, el autobús tiene que detenerse para dejar atravesar la calle a una mujer que cruza, arrastrándose.




H A R A R
(Mino)

Harar es bella y dura como un diamante, pero tan perdida en aquel paraje fronterizo que sientes compasión por su soledad.

Harar es dura, hay una amplia calle que da a la estación de autobuses en donde sus anchas aceras están cubiertas de toldos, plásticos y cajas de cartón; allí viven los huérfanos de todo, echados unos junto a otros, mascando las hojas duras del chat. Huérfanos de padre y madre, de patria, de trabajo; huérfanos de la escuela, de amigos, de noticias; huérfanos de mi reloj caro, mis botas de guiri y mis pantalones de marca; huérfanos de dinero, de libertad y dignidad; huérfanos de Dios y Alá; huérfanos de una orfandad tan enorme que no cabe en todo el continente africano.

Harar es bella, rodeada de murallas, llena de callejas empedradas, repleta de mezquitas y de niños que esbozan una hermosura que portarán toda su vida. El faranji quiere verlo todo, saborear, oler, escuchar, bajo un tórrido sol, el canto del muecín y, al oscurecer, observar con temblorosa emoción de turista a las hienas por sus calles disputarse la carroña con los perros.

La noche envuelve a Harar y el viajero, rendido, duerme tras día agotador. Es cuando los ensueños aparecen y con ellos Arthur Rimbaud, con un aspecto muy diferente de sus aniñadas fotografías. Es un hombre duro como la ciudad, quemado por el sol, vestido con camisa y pantalón de tela blanca y sucia. Hace años que abandonó la poesía y malvive como comerciante en este rincón del mundo, arruinado y desdeñado en su propio país por una sociedad que no aceptó el despilfarro de su enorme talento.

En el sueño no falta a su cita el capitán Richard Burton con su túnica negra, el paso decidido y un brillo en los ojos que delata su delirio por descubrir mundos ocultos. Luego, el futuro emperador, el Ras Safari, en la figura de un niño menudo y observador, triste, con la apariencia de un huérfano que mueve a la ternura.

Al despertar, el faranji mira a través de las ventanas de su habitación el ir y venir de las gentes al mercado y comprueba que no está en 1880, sino en la Edad Media.




A R B A M I N C H

A las cinco de la mañana, como es habitual, salen Ludi, Mino y Juan, camino de las tribus del sur. Van ilusionados e interesados por contemplar los lagos Chamo y Abaya, el criadero de cocodrilos, con más de ocho mil ejemplares, alguna de las trescientas seis especies de pájaros y sobre todo, visitar los poblados de Mursis y Konsos, etnias que conservan sus ancestrales costumbres como la de agrandar el labio inferior con enormes platos de barro, o los jóvenes que deben acceder a la madurez cabalgando toros salvajes durante horas. En suma, el Africa más auténtica.

No podrán realizar todas las actividades que tenían programadas. Para ello, serían necesarios varios días, Teresa permanece en el hotel y no quieren dejarla sola mucho tiempo.

Tardan en llegar más tiempo del previsto, por los controles policiales con cacheos y registros del equipaje. El hotel lo consiguen al tercer intento, en el centro de la ciudad y con agua caliente. Al levantarse, ni gota de agua, ni fría ni caliente. Buscan otro hotel y encuentran, al lado del lago Chamo, uno mejor acondicionado. La zona está llena de turistas. Gestionan y contratan el transporte, con guía, para hacer la ruta hasta Konso.

El impacto que reciben, al llegar al primer poblado, es grande. Todos, desde niños a viejos, están totalmente mercantilizados. En principio, hay que pagar para entrar en el recinto. Ya en el interior, piden dinero por todo. Visitar una vivienda -, formada por un conjunto de chozas, una es la cocina, otra la despensa y las habitaciones, también cada una independiente -, cuesta un dinero. Hacer fotos, ya sea de personas o cosas, lo primero, extender la mano en reclamo de los birrs. Aprendieron bien pronto lo del capitalismo salvaje. Al llegar a otro poblado, ven a una mujer en el camino que, al percatarse de su presencia, se pone a moler a toda prisa. Lo mismo ocurre con el telar. Lo ponen a funcionar al oír el ruido de un coche. Perdida ya la autenticidad, lo natural y lo espontáneo, es como si representaran una obra de teatro, en exclusiva para turistas.

Hay, en Etiopía, aproximadamente dos millones y medio de personas infectadas de sida. Chicas y mujeres son las más afectadas, la mayoría entre el grupo comprendido de quince a veinticuatro años. Se ven, por el país, carteles promocionando la educación de las niñas. Queda mucho por hacer y mucho es el camino a recorrer. La Iglesia y sobre todo el Papa, se muestran intransigentes con la utilización del preservativo. Serviría su uso para evitar el contagio, que va aumentando en progresión alarmante. No puede imaginarse a ese Cristo que pregonan al lado de quienes hablan de justicia, de solidaridad, de igualdad, mientras están al lado de los ricos, de los poderosos, mientras permiten que cada pocos segundos muera en el mundo un niño, un ser humano, de hambre. Visten sedas y brocados, viven en palacios, con servidumbre y lujos, no permiten que se castigue a los sacerdotes pederastas y bendicen a quienes apoyan la invasión y el genocidio. Se dice, como algo fundamental, trascendental e importante que, el Papa, ayudó y propició la caída del comunismo. El derribo del muro de Berlín fue la puerta para que Estados Unidos tomase la decisión de evitar el mínimo desarrollo en los países del llamado Tercer Mundo. Visitar alguno de estos lugares hace meditar muy mucho sobre los seres humanos y su comportamiento, sobre la globalización que deshumaniza, sobre lo imperfecto de la llamada democracia y sobre lo difícil que resulta saber y entender lo que significa libertad.

La estancia de Blair en Etiopía para asistir a la Conferencia de Países Africanos, es motivo de un editorial en el periódico Capital. Blair -, dicen -, está firmemente convencido de que es el mesias, el salvador del mundo y que tiene la solución de los problemas de Africa, según su punto de vista, incluso si éste va en contra de los deseos de los africanos. No creen que sea sincero en su manifiesta intención de ayudar al Continente negro, mas bien, como miembro del G8, aprovecharse, como hicieron siempre, de Africa, sus gentes, sus riquezas y su situación. Apuntan como curiosidad que, en la comisión, sólo participan dos líderes del continente africano, los de Tanzania y Etiopía. Están más que hartos, por otra parte, de gobernantes corruptos que usan el dinero para su uso personal y para afianzar regímenes dictatoriales sobre el pueblo, a menudo con el pleno conocimiento y soporte prestado como lo hacen, por ejemplo, el gobierno de Estados Unidos, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Mobutu Sese-Seko, cuando gobernaba Zaire, recibió muchos millones de dólares y de todos es sabido que los ingresaba en sus cuentas personales en bancos suizos. Los ciudadanos no recibieron beneficio alguno y en cambio, ahora, deben pagar la deuda externa. En parecida situación está la gran mayoría de paises africanos y la solución no se vislumbra a corto ni a medio plazo. Blair no es el mesías de Africa -, finalizan.

Cada día, desde el Sur, llaman a Teresa para saber como se encuentra. A ésta el dolor le tomó tanto cariño, se manifiesta tan pertinaz, que no hay modo que se vaya o aminore. Por momentos parece que está mejor y, al instante, es como si le machacaran el hueso con cristales partidos. Está hundida en la más absoluta desesperación. Cada vez que pone los pies en el suelo se desvanece la posibilidad de caminar sin dolor. Ningún calmante le alivia. Ya son muchos días y no se aprecia mejoría alguna. Piensa que, lo que debería tratarse, es la causa del dolor, no éste. Cuando se disponía a telefonear para pedir la comida, aparece la recepcionista que, con cara de circunstancias, le dice que, según el encargado, la habitación estaba reservada, con anterioridad, para ese día y que ha de cambiar de cuarto. Teresa le hace las consideraciones de rigor acerca de su dolencia y lo complicado que sería llevar todo el despliegue de libros, periódicos, equipaje de todos y quincalla desplegada por toda la habitación. No problem -, dice, así que, bastón en ristre, se traslada al número cuatro, feudo que fue de Juan y Mino. La cama, en ese cuarto, está situada enfrente de la ventana. Las limpiadoras se asoman, sonríen y le preguntan si cambió de room. El camarero, al entrar con la carta, también se sorprende y le da la risa. Supone Teresa que ningún huésped haya permanecido tanto tiempo como ella. Al día siguiente llaman de recepción para preguntar como está y cree entender-, su inglés no es precisamente de Oxford -, que, por la tarde, puede volver a la suite. El camarero que le lleva el desayuno también se queda sorprendido por encontrarla en otro lugar del habitual. Por la ventana contempla un árbol de pascua y unos hibiscos. De regreso a la habitación número uno se encuentra, dadas las circunstancias, mejor. La cama es más cómoda y el cuarto mucho más acogedor. En los cambios, se encargan de trasladar toda la impedimenta. Ella, bastante esfuerzo tiene que hacer para caminar los escasos pasos que separan ambas habitaciones. Suena el teléfono y, al descolgar, no hay respuesta. Después de dos técnicos y tres aparatos parece que ya funciona. Uno de los camareros, muy dinámico él, siempre le pregunta como está. More or less -, responde. Sugiere el muchaco que debería intentar pasear por el jardín. Sufrir inútilmente le parece una tontería. Sólo camina cuando no queda otra solución.

Arba Minch significa cuarenta fuentes. En la zona escarpada entre los lagos Abaya y Chamo se encuentran numerosos manantiales que dieron nombre a la ciudad. El paseo en barco por el lago Market Cocodrilo les resulta placentero. Los cocodrilos son enormes, alguno quizá alcance los seis metros de envergadura. Hipopótamos, cebras, monos babuinos, búfalos, elefantes, una variedad inmensa de fauna en la sabana. El todoterreno que los llevaba por el Parque Nacional sufre una avería. Afortunadamente, un camión, con los guardas del recinto, que ya iban de retirada, los recoge. De no haberse dado esa casualidad, la situación podía haber llegado a ser peligrosa, perdidos en la inmensidad del parque y expuestos a ser atacados por cualquier animal.

En un restaurante, a pie de lago, cenan un exquisito pez, recién sacado de las aguas, preparado con una gustosa salsa y acompañado de verduras salteadas.



A R B A M I N C H
(Mino)

El día no se presentaba bueno. Hacía demasiado calor y el todoterreno tenía dificultades para subir los imposibles senderos que nos aproximaban a la alta planicie de Nechistar, entre los lagos Chamo y Abaya. Aunque de lejos, los hipopótamos tenían aspecto amenazante. Primera avería a las once de la mañana, con el sol africano encima y sin manera de averiguar qué pasa. Nuestro chofer no sabe una palabra de inglés, aunque bien mirado tiene de ventaja que puedo blasfemar en dos idiomas sin escandalizar al joven.

A las doce, de nuevo en marcha y ante nosotros las manadas de cebras, antílopes y toda la variada fauna africana. Al intentar cruzar un río nos quedamos varados, solo la pericia de un guarda de la zona nos logra sacar de allí. No hay caminos, ni senderos fiables que seguir, se pierden y aparecen, para luego volver a perderse en la sabana. Se vislumbran poblados de cazadores a lo lejos pero ellos no se dejan ver. Mando hacer un alto en un sitio en el que hay un cruce de senderos para instalar mi cámara y filmar el lugar, cuando a lo lejos veo por el visor un punto que se mueve. Avanza solitario desde muy lejos con una cadencia precisa, lo enfoco y espero su llegada. Es una hermosa joven con su vestido tradicional, cruza con elegancia por delante de mí, se para y me pide el justo precio por haber posado, dos birr, veinte céntimos de euro, luego desaparece tal como llegó.

Al regreso se confirman los negros presagios, el vehículo se rompe definitivamente, no hay donde refugiarse, ni teléfono, ni radio, ni manera alguna de comunicarse en aquel paraje deshabitado. Pasan las horas y aumenta el temor y el agotamiento, hasta que el ruido de un motor hace que se agiten los corazones con incontenible alegría, un pick-up de la policía rural nos recoge. Vamos en la cabina descubierta, de pie, con lugareños sentados o tumbados y dos guardias armados. El recorrido es peligroso, la velocidad temeraria, bajamos por pendientes imposibles entre polvo y piedras, en las curvas hay que agarrarse con fuerza para no salir despedidos y las ramas de los enormes árboles barren el techo delantero de la furgoneta y nos obligan a esquivarlas agachándonos con celeridad para evitarlas.

Cerca de la población el coche se detiene y obliga a una pareja de jóvenes norteamericanos a subir, no tienen permiso para estar allí y se tienen que amontonar en aquel reducido espacio donde ya no cabe un alfiler.

Nos relajamos, estamos cerca de la civilización, nos duelen brazos y manos de aferrarnos a las barras del vehículo, compruebo que sigue colgado en mi costado el trípode con su cámara y además he logrado conservar el sombrero que me protege del terrible sol.



A D D I S A B E B A

El viaje de vuelta a Addis Abeba, fatal, como todos. El autobús, atiborrado de gente y bultos. La idea de sacar un billete o dos más, resultó una idea genial. Supone una ligera amplitud en los asientos y poder llevar el equipaje con uno. Viajeros armados con sus respectivos kalashnikov, ventanillas cerradas, bultos y una gallina que al llegar al punto de destino, por muchos esfuerzos que hacía la dueña, se negaba, tozuda, a salir del vehículo. Acaso presentía que iba a acabar en la cazuela.

Dedican el día a compras y van al aeropuerto para confirmar el vuelo. Comen en la terraza los cuatro. Ludi se percata de las dificultades que tiene Teresa con una brocheta de carne y acude en su ayuda provista de tenedor y cuchillo. Solo puede utilizar una mano. La otra ha de emplearla para sujetarse con fuerza; así el dolor es menos intenso. La jornada siguiente la dedican a paseos por la anárquica ciudad, contemplando en cualquier rincón tremendas escenas de personas envueltas en harapos, con traumatismos y heridas que solo les permiten arrastrarse con dificultad. Niños, muchos niños en la calle, alguno cargando con una criatura a la espalda. Todos mendigando. Ya es de noche y apenas hay gente. Juan ve un chavalín con el bulto, se supone, de su hermano pequeño, atado con unos trapos a su cuerpo. Le da unas cuantas monedas. El rapacín las mira, las atrapa fuerte en la mano y echa a correr con la alegría de pensar que, al menos por un día, podrán comer. Juan no pudo resistir el impulso aunque es totalmente contrario a las limosnas. Su idea es que son los gobiernos quienes deben solucionar esos problemas. Siempre luchó y luchará para que, en el mundo, no exista la pobreza, el hambre ni la injusticia.

Una de las fiestas más importantes en Etiopía es el Meskal, nombre de una flor amarilla, especie de margarita, considerada como emblema nacional, que surge cada septiembre, después de las lluvias. En amárico se denomina "adey abeba". Compran ropa nueva, hacen regalos y se reúnen las familias a comer. Se celebra, el Meskal, el veintisiete de septiembre, conmemorando el encuentro de la verdadera Cruz por la emperatriz Elena que reinó hasta finales del siglo XV. Estando de peregrinaje en Jerusalén tuvo la suerte de toparse con la cruz donde habían clavado a Jesucristo y la hizo llevar a Etiopía. Envió un trozo de la misma al rey Manuel I de Portugal, junto con una carta, proponiéndole una alianza entre los dos países cristianos para defenderse de los ataques turcos y egipcios.

En el periódico, a toda plana, un anuncio del hotel Sheraton Addis, ofreciendo Buffet Ramadán, con especialidades de Oriente Medio preparadas por chefs de Siria y Líbano. También hay espectáculos varios para amenizar la velada. El precio, todo incluido, es de ciento cuarenta y dos birrs más un diez por ciento de servicio y un quince por ciento adicional de otro impuesto.

Algunas carnicerías, junto al nombre de su establecimiento, tienen una cruz. Se supone que allí venden carne para cristianos que no necesita manipulación especial como la dedicada al consumo de musulmanes.



E L R E G R E S O


El vuelo sale de Addis Abeba a las doce de la noche. El taxi, al igual que cualquier otro vehículo, no puede acceder y mucho menos detenerse a la entrada de las instalaciones del aeropuerto. Teresa permanece en el coche hasta que llega Ludi con la silla de ruedas. Fuera del edificio hay que pasar un control. Ya dentro, mandan abrir parte del equipaje para su inspección. Afortunadamente los demás trámites se simplifican. Un empleado lleva la silla de ruedas y los acompaña a los varios lugares en que han de formalizar un montón de requisitos. Mino primero y después Teresa le dan unos dólares al atento, servicial y diligente empleado.

Cuando visitaron la embajada, la cónsul había aconsejado que cambiasen los billetes, al menos el de Teresa, para clase business, en el vuelo hasta Frankfurt. Resultaría más cómodo y la diferencia económica no era muy grande. No fue posible realizar la gestión. Los billetes existentes no los tenían en consideración. Era preciso obtener unos nuevos y pagar la totalidad del importe, como unas veinte veces más caros. Finalmente todo se solucionó. El avión no iba completo y Teresa pudo tumbarse ocupando tres asientos.

Al llegar a Oviedo y después de veinticinco días de permanecer en cama con total imposibilidad para caminar o mantenerse en pie, en el servicio de Urgencias del Hospital Universitario Central de Asturias y después de una espera de cinco horas y media, en silla de ruedas y en mitad del pasillo, le hacen una radiografía, como para salir del paso, sin exploración alguna y ni tan siquiera intentar que se pusiera de pie, recetando analgésicos y antiinflamatorios así como también reposo relativo.

Pasados quince días y en vista de que no mejoraba ni un ápice, su hija la traslada a Aranda de Duero, lugar en que vive. Allí, la doctora Mariscal, al explorar la columna, con un sencillo toque, percibió que existía algún daño, confirmado posteriormente por la radiología. Un tratamiento de corrientes y calcio mejoró notablemente la situación.

Una simple observación y exploración fue lo que necesitó, seis meses más tarde, el doctor Lobato de Rehabilitación, en Oviedo, para detectar la lesión y prescribir una tabla de ejercicios que, poco a poco, hacen que el dolor disminuya y la movilidad aumente.

Puede comprenderse que, en Etiopía, uno de los países más míseros del mundo, no se haya efectuado un correcto diagnóstico, pero lo que ya no es entendible es que, en el Servicio de Urgencias del Hospital Universitario Central de Asturias, no hubieran detectado la grave lesión sufrida.

Teresa acostumbra viajar sola. Recién jubilada, con una mochila al hombro, pasó cuatro meses recorriendo la India. Fue una suerte, una inmensa suerte que, en este viaje al Cuerno de África, lo hiciese en compañía de Ludi, Mino y Juan. No quiere, ni puede imaginar lo que hubiese pasado de haber estado sola, perdida en aquel rincón del mundo, a seiscientos kilómetros de Addis Abeba, con intensos dolores cada vez que intentaba el mínimo movimiento y con problemas para poder comunicarse en inglés. La compañía, cuidados y atenciones de los tres, hizo que su dolencia fuese más llevadera. Los considerará siempre como su tabla de salvación.




María Teresa Tuñón, nacida en Quirós en el año 1935, escribe sobre un viaje que le tocó padecer.

Cuando, ilusionados, nos dirigíamos a Bahir Dar, en el norte de Etiopía, un accidente de tráfico la dejó paralizada durante meses, el primero de los cuales pasó en el país africano, viajando en las condiciones más difíciles.

María Teresa es una mujer tozuda, a veces más allá de lo razonable, así que se negó a ser repatriada a España, hasta que nuestro proyecto no hubiese finalizado.

La convencí, a finales del 2003, junto a otros dos compañeros, para realizar un viaje por las legendarias tierras del Preste Juan, un país fascinante en el que filmaríamos material para un documental. Ella se puso a trabajar en la historia de Etiopía con el objetivo de escribir a su vez un libro sobre la experiencia. La mala fortuna no impidió que, superando los continuos e intensos dolores del trauma dorsal, del que aún no se ha repuesto, escribiese su ansiado relato.

María Teresa tiene más de una vocación, pero la literaria es la que más aprecia. Ha publicado varias obras, la última una intensa narración de la guerra de Iraq que vivimos y sufrimos en las calles de Bagdad, bajo una continua lluvia de bombas, en esas situaciones donde nace la auténtica amistad.

Escribe esta obra: La Leyenda del Preste Juan, a través de nuestros ojos y de nuestros relatos y lejos de dar por terminada la aventura de ver para contar, ya prepara nuevos viajes por esos mundos donde aún es posible el despertar claro de otros horizontes, entre lenguas de armonioso secreto.

Belarmino García Villar