jueves, 27 de marzo de 2008

INVASION DE IRAK

Cinco años pasaron ya desde que Bush, Blair y Aznar decidieron masacrar a un pueblo, al pueblo iraquí.

Aquella madrugada de marzo, el primer sentimiento fue de incredulidad. Incredulidad ante la salvaje invasión perpetrada por unas personas que se dicen demócratas y creyentes.

Nunca podré olvidar el sonido intenso y profundo de los misiles, de las bombas al impactar, sabiendo que eran causa de muerte y destrucción. Muerte y destrucción que contemplaba horrorizada al visitar alguno de los lugares receptores de las explosiones, con restos humanos diseminados por doquier.

Dolor, rabia e impotencia al visitar, cada día, los hospitales, llenos de heridos, de muertos.

Cinco años después la tragedia humana sigue su curso, con más de un millón de personas muertas, con un paro de más del 50% de la población activa, con condiciones de vida denigrantes, viviendo en la extrema pobreza, sin agua potable y con un deficiente suministro eléctrico. Malnutrición infantil y un sistema de salud y de enseñanza desmoronado. Más de dos millones de personas desplazadas hacia Siria y Jordania.

La catástrofe humanitaria continúa.

Esperemos que las instancias jurídicas internacionales procedan, lo antes posible, a exigir las responsabilidades pertinentes a los causantes de esta situación.

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